La escuadra granota saltó al tapiz del coliseo madridista con la casaca azulgrana que le distingue desde la claridad de la década de los años cuarenta. Eran jornadas de celebraciones. Por aquellos días la entidad levantinista festejaba su 108 cumpleaños. El 108 adquirió lustre y distinción en el frontal de la camiseta blaugrana. Fue un homenaje en toda regla. Posiblemente el escenario, la localización y el emplazamiento realzaban el contenido de la conmemoración efectuada. El nacimiento de la competición propició un duelo superlativo ante uno de los notables del fútbol español en su viaje de vuelta a la Primera División.
El Levante había sometido al Villarreal en el Ciutat y había empatado ante el Deportivo de La Coruña en el mismo enclave. Defendía la condición de invicto. El bloque que dirigía Juan Ramón López Múñiz salió reforzado de una confrontación mayúscula vinculada a la tercera jornada del campeonato de la regularidad. El encuentro enfrentaba a dos campeones. El Real Madrid había asaltado la Vieja Europa para conquistar la Champions. El Levante regresaba al universo de la máxima categoría después de un curso supersónico como inquilino de la Segunda División.
La escuadra de Orriols aterrizó en la capital de España con la ausencia de Morales. Sobre la figura de El Comandante pendía una orden de suspensión de dos encuentros tras la expulsión que sufrió en el duelo ante el Dépor. No obstante, Ivi reclamó galones en el Santiago Bernabéu. El atacante capitalizó la acción que significó el gol azulgrana con un toque sutil ante la portería de Casilla. El Levante presidía un duelo que el Real Madrid neutralizó con una diana de Lucas tras un cabezazo picado de Sergio Ramos. El enfrentamiento no mudó.
El Levante hizo del orden y de la seguridad dos componentes básicos para defenderse de las acometidas locales. Raúl Fernández emergió en la reanudación de la cita para alzar un muro infranqueable. El trabajo gremial del colectivo fue poético. El Real Madrid fue encerrando a un Levante que se mantuvo erguido. Su tesón y su fortaleza mental le mantuvo abrochado al partido. La suerte reverenció a la entidad de Orriols con un disparo de Kross que escupió el paló para sostener un puntazo en un coliseo inhóspito.