El documento remite a una entrevista publicada por el Diario El Pueblo el 18 de octubre de 1931. Salvador Molina capitaliza la atención. Conforma el hilo conductor de un relato que plantea las disensiones establecidas en el seno del viejo Gimnástico. Las divergencias son tan profundas que un grupo de directivos arraigados a la memoria del decano de la ciudad habían decidido marchar para emprender una aventura nueva. En el grupo de insubordinados había apellidos reconocibles y con abolengo en la sociedad azulgrana. Real, Morante, Orellana, Calvo, Amadeo, García o el propio Molina decidieron adoptar una controvertida decisión que les distanció del imaginario del Gimnástico. No parece sencillo apostatar de tus convicciones desde un prisma deportivo.
El germen de las desavenencias se hallaba en las decisiones adoptadas por la cúpula directiva presidida por Luis Mingo. La sima era devastadora. Había una disparidad de criterios patente desde finales de la década de los años veinte. De hecho, en la Junta Directiva del 7 de noviembre de 1930 Salvador Molina, en calidad de directivo del club, reclamó a la presidencia aclarase la expulsión de los socios Pedro Morante, Emilio Orellana, Mariano Gonzálvez, Manuel García y Vicente Marín. La expulsión había quedado corroborada en la Junta Directiva celebrada el 30 de octubre de 1930. Molina defendió una actitud conciliadora tratando de alcanzar un nexo de unión entre las dos partes en un intento por aglutinar las fuerzas huyendo de divisiones. No obstante, los opositores mantuvieron sus convicciones. Salvador Molina acabó uniéndose a este núcleo disconforme. El 30 de enero de 1931 por carta presentó su dimisión de la institución de manera irrevocable. Nacía el C.D. Peña Azulgrana. Este colectivo aprovechó la caótica situación del Europa de Massanasa para convertirlo en el Europa de Valencia bajo el mecenazgo de la Peña Azulgrana con sede en la callle Chofrens 6. “Para mí es una gran satisfacción pertenecer a la Peña Azulgrana y representar en la Federación. No estoy arrepentido de mi determinación. Para mí el Gimnástico siempre estará respetado y mi mayor deseo es verlo en situación prospera y feliz.
En el club azulgrana es donde sentí las primeras emociones y donde se formó mí espíritu deportivo. Por el Gimnástico he sufrido los mayores desencantos y las más inefables alegrías… El Gimnástico siempre ha sido el club de mis sueños”. Salvador Molina ponía voz a sus pensamientos para extenderlos al grupo que representaba. “Ahora pertenecemos a un grupo en cuyo escudo resaltan los mismos colores, que no abandonaremos nunca, porque en ellos está nuestro cariño e ilusión. En este club lucharemos todos con el mismo afán y con las mismas ansias de victoria”. En octubre de 1931 al calor del nacimiento de las competiciones, Molina se refería a las opciones deportivas de este club inscrito en el Grupo B. De fondo subyace un problema de mayores dimensiones. El orgulloso Gimnástico, decano del fútbol valenciano, se encontraba en una posición compleja. La concepción futbolística que defendía se desmoronaba.
Encarnaba las virtudes de la vieja nobleza en un tiempo de cambio y excitación. El profesionalismo, patente desde la segunda mitad de los veinte, y el nacimiento de la competición liguera, eran refractarios a unos ideales que defendían una concepción más amateur de la disciplina y la pervivencia de los campeonatos regionales. La solera ya no era una condición sine qua nom para pervivir. El futuro no era halagüeño en el marco de la II República. En la temporada 1934-1935 el Gimnástico compitió en segunda categoría regional tras una titánica eliminatoria ante el Levante por el acceso al campeonato Superregional, si bien en aquel verano la restructuración de la Segunda División le convirtió en miembro de la categoría de Plata.