No hay dudas. El símbolo de la victoria azulgrana ante el Valencia, en el derbi del curso 2014-2015, con el Ciutat como epicentro fue la imagen de Morales poseído por el espíritu de una turba de guerreros gritando el gol.
Ivanschitz trataba de compartir su emoción en una carrera sin final que condensaba todo lo acontecido con anterioridad. Morales agitó el espacio/tiempo y las leyes de la física tras emerger desde el banquillo. Morales todavía no era El Comandante, pero podía cambiar el sentido de un partido con una acción sideral.
El Valencia celebraba el empate obtenido por Parejo.
El duelo cercaba su ocaso y el Levante necesitaba conjugar con la victoria para escapar de los bajos fondos de la clasificación.
La diana mancilló el alma de los seguidores locales, pero el Ciutat no perdió la fe.
En ocasiones, las emociones pueden ser antagónicas. Morales reclamó el cuero nada más volver a la acción el juego. Quizás su plan estuviera programado en el interior de su cabeza. O quizás se dejó llevar por la intuición. O simplemente fue superando un cúmulo de adversidades hasta conquistar el pico del área defendida por Alves. Su espíritu irreductible se materializó. Lo cierto es que Morales inició un baile mortífero que le permitió alejar a los defensores contrarios. Potencia y clarividencia en una carrera de signo irreverente.
Nadie pudo contener su furia.
La ejecución rozó la excelencia con un disparo atronador que limpió la escuadra valencianista. Hay dianas que perduran en el imaginario colectivo. El gol resolvió un derbi de contenido dramático. Sus botas anaranjadas brillaron en la inmensidad del feudo de Orriols.