Fue en la temporada 1968-1969. El Levante se mudó hasta el feudo de Mestalla para afrontar los partidos del Campeonato Nacional de Liga en Tercera División. Era una marcha forzada por los acontecimientos. Con el Estadio de Vallejo fuera de servicio y con el actual Ciudad de València comenzando a emerger en el barrio de Orriols la situación adquiría complejidad. El Levante necesitaba buscar acomodo y domicilio para materializar sus compromisos ligueros. Y la oferta no era abundante. Las miradas de los mandatarios se centraron en el coliseo de Mestalla.

Era una decisión polémica por todo lo que significaba desde una perspectiva simbólica, pero era una posibilidad real para tratar de solucionar un problema que podía dimensionarse. Los rectores del Valencia entendieron el calado de esta dificultad y principalmente, Julio De Miguel, presidente de la nave valencianista, se mostró comprensivo. El dilema que mantenía en vilo a los estamentos del Levante se resolvió en la Junta General del Valencia que se celebró en el verano de 1968. De Miguel fue elocuente cuando abordó el asunto. “Es un club valenciano y con nombre histórico y hay que ayudarle”. El jerarca reclamó el auxilio de los socios compromisarios.

No obstante, había que modificar uno de los artículos de los estatutos de la institución blanca para autorizar al Levante a posicionarse sobre la alfombra de Mestalla. El discurso del rector fue contundente. Las condiciones estaban pautadas. La entidad granota dispondría de Mestalla durante una temporada “improrrogable”, como aseveró la principal autoridad valencianista mientras que el Levante, que jugaría los sábados por la tarde, víspera de los duelos del Mestalla, asumiría los gastos generados por la luz y la apertura de las taquillas. “El mercantilismo no cabe entre hermanos”, exclamó De Miguel para cerrar el debate sobre un asunto espinoso que fue aprobado por la Asamblea de forma unánime.