El enfrentamiento ante el Atlético de Bilbao, hoy Athletic Club, de Copa del Generalísimo del ejercicio 1946-1947 reposa en el imaginario levantinista. Los seguidores más impenitentes, aquellos revestidos por el poso de sabiduría que concede la experiencia, trataron de guardar y conservar una memoria que adquiere luminiscencia. El acta, una especie de evocación perpetua del duelo, desvela todo lo vivido en una tarde en la que el Levante cabalgó a lomos de un caballo descarriado. El equipo de Villagrá se debatió durante los noventa minutos de juego entre la esperanza y la tragedia griega.

“Ha sido sin duda el mejor partido que se ha jugado en nuestro campo”, advierte el empleado de la entidad que quiso preservar el recuerdo del choque de retorno en el comentario adjuntado en la parte derecha del documento. “Hemos eliminado al Atlético, aunque el resultado total sea favorable a este”, postula. Y añade con un tono de pesadumbre. “El arbitraje de Munguía deficiente, no habiendo demostrado claramente sus intenciones por que no llegamos a rebasar la diferencia de Bilbao”.

Aquel encuentro en la capital del Turia nació condicionado por los sucesos que sucedieron en el partido que estrenó la secuencia de los octavos de Final en el feudo de San Mamés en tierras vascas. Salvador y Botella silenciaron el coliseo rojiblanco en el preámbulo de la cita copera con dos goles que desnortaron al rey de copas. El envite había consumido apenas veinte minutos. Las diferencias entre dos equipos distanciados en el ecosistema del fútbol en virtud de sus roles parecían difuminarse. El grupo de Urquizu restauró su honor. El enfrentamiento concluyó con una renta de cuatro goles de ventaja para las huestes bilbaínas (6-2).

No obstante, los jugadores azulgranas abandonaron el verde compungidos ante la actuación del colegiado. A su juicio, Celestino Rodríguez condicionó la evolución del desafío con la señalización de dos penaltis que fustigaron la conciencia de los futbolistas azulgranas. El choque de vuelta en Vallejo mostró la versión más irreverente de los pupilos dirigidos por Villagrá. El Levante volvió a agitar la confrontación. Escrivá, en dos ocasiones, Martínez Catalá y Botella trataron de situar al Atlético al borde del abismo. “Los valencianos jugaron el mejor partido de la temporada desbordaron al once bilbaíno”, remitió El Mundo Deportivo.