Su Historia
Una imagen del Campo de Vallejo con la tribuna al fondo.
El Final de la Guerra Civil en abril de 1939 mutó los destinos del Levante F.C. y del Gimnástico. La obligada fusión entre los dos clubes propició el nacimiento del UDLG (Unión deportiva Levante-Gimnástico) que derivó en Levante U.D. en junio de 1941. El naciente Levante se posicionó sobre el césped del Estadio de Vallejo, escenografía de los movimientos del Gimnástico desde mediados de los años veinte, para proseguir su devenir histórico en el marco de las principales competiciones nacionales. El feudo de Vallejo, situado en la calle de Alboraya, produjo una alteración en las costumbres de los aficionados que procedían del taxón levantinista. Las jornadas de fútbol producían una confluencia de pareceres en torno a esta instalación.
Vallejo visto desde el cielo de Valencia. Fotografía cedida por Benjamín García.
En cada encuentro, los seguidores representativos del antiguo Levante convergían en la Estación del Trenet procedentes de los Poblados Marítimos. Por su parte, los seguidores del Gimnástico, vinculados a la Valencia del Centro Histórico y barriadas adyacentes, atravesaban las míticas Torres de Serranos y cruzaban el río Turia para llegar a la instalación. Era una peregrinación entre concepciones antagónicas. Los seguidores representativos del antiguo club marino convergían en la estación del trenet procedentes de los distintos enclaves que conforman los Poblados Marítimos. Por su parte, la masa social adscrita al gimnastiquismo, vinculada a la Valencia del centro histórico y barriadas adyacentes, en un porcentaje muy elevado, atravesaba las míticas Torres de Serranos, cruzaba el río Turia para llegar a la instalación. Así aconteció hasta finales de la década de los años sesenta cuando Vallejo echó la cancela para siempre. No obstante, la historia de Vallejo en ese tramo de la cronología es fecunda. La instalación celebró un ascenso a Primera División, tras una inolvidable promoción que reunió al Levante y al Deportivo de La Coruña, y disfrutó del bello paisaje de la elite durante las temporadas 1963-1964 y 1964-1965 capitalizando victorias épicas como la conquistada por las huestes granotas ante el F.C. Barcelona en un partido que significó el cese fulminante de César (5-1).
Vallejo tocó el cielo en junio de 1963 con el ascenso a Primera División.
Los títulos en las divisiones menores y los ascensos se multiplicaron durante estos decenios. Sobre su césped el UDLG soñó con la máxima categoría durante la primavera de 1940 aunque finalmente no consumó este tránsito que había anunciado tras liderar su grupo a la conclusión de la Liga Regular. A finales de los años cincuenta volvió a protagonizar otra batalla con la Primera División como telón de fondo que reunió al Levante y a la U.D. Las Palmas. Aquel equipo, liderado por Wilkes, luchó hasta la extenuación para estrenar una condición en el marco de la Primera División que se resistía desde la instauración de la competición liguera en los años finales de la década de los veinte. Por su césped pasó el futbol apasionado y el genio de Antonio Calpe, seguidor de una estirpe que había avanzado Ernesto Calpe, un defensa de hierro, la complicidad con la entidad de Agustín Dolz, la ciencia clarividente y la magia de Ernesto Domínguez o El Pato, la raza de Pedreño, Camarasa, Valls o Serafín, el talento infinito de Wilkes y la clase innegociable de José María o Sampedro. Vallejo confirmó el gen goleador de Paredes o la voracidad anotadora de Martínez Catalá y Wanderley.
El añorado Portal de Vallejo permanece en el imaginario del levantinismo.
No obstante, el capítulo más vibrante de coliseo de la calle de Alboraya fue el episodio referido al embargo y a la compra definitiva de Vallejo por parte del Levante en los albores de la década de los cincuenta. El Estadio de Vallejo pertenecía a la familia Martínez de Vallejo. El Levante era arrendatario y escrupulosamente trataba de cumplir con mayor o peor fortuna con el alquiler pactado. Esta situación cambió drásticamente en los primeros cincuenta. Los propietarios de esta superficie deportiva decidieron quebrantar esta resolución dictando una orden de desahucio. La supervivencia del club volvió a estar en entredicho. En este contexto asume Antonio Román la presidencia de la sociedad. La gestión del mandatario plantea dos líneas fundamentales que marchan en estrecha asociación; frenar, en primera instancia, los efectos devastadores del embargo y desahucio y aprovechar sus contactos políticos para convenir la compra definitiva de la instalación por un precio que el propio Antonio Román cifró en cinco millones y medio de la España de la post-guerra. Parte de la operación se sufragó emitiendo unos pases de socios por quince años mientras que el resto del capital procedió una inversión efectuada por empresarios alistados para la causa por el presidente.