Cuenta la leyenda que los integrantes de la secretaría técnica azulgrana rastrearon Europa a la caza y captura de un delantero efervescente. La cronología queda fijada en noviembre de 1998 con el equipo batiéndose en el formato de la categoría de Bronce. Las pesquisas trasladaron a los técnicos hasta la fría Dinamarca, pero el goleador ansiado estaba bastante más cerca. En realidad, no había que abandonar las fronteras que delimitan la Comunidad Valenciana para encontrar su silueta. Paco Salillas entró en acción en la jornada del 24 de noviembre alimentando su conversión como futbolista granota. El atacante aragonés ratificó la conclusión de sus días como jugador del Villarreal.

El Levante cotizaba al alza entre los candidatos a cobijar su figura. Según la versión del impenitente goleador el desenlace estaba supeditado a una reunión con José Manuel Llaneza, a la sazón Consejero Delegado del equipo amarillo. El conclave se produjo y en la jornada del 25 de noviembre había una resolución inamovible. Francisco Javier García Ruiz, conocido como Salillas, adquiría la carta de libertad, como reflejo el documento mostrado. Su compromiso con el Villarreal estaba definitivamente clausurado. Era el gozne sobre el giró su transformación en jugador del Levante. Fue una alianza sumamente productiva. Los datos realzan el contenido de esta idea.

El ariete recaló en el club del barrio de Orriols con una notable y profunda hoja de servicios. El gol era un bien preciado que impregnaba la esencia de su juego. Formaba parte de su valija. Su paso por el Levante no fue una excepción, si se acentúa el ascendente que adquirió en el total del capítulo goleador. Tenía instinto y parecía revestido por un misterioso sexto sentido para oficiar en el interior del área. En ese espacio se movía impunemente. Despachaba las porterías contrarias con la frialdad con la que un funcionario resuelve un mero trámite. Sin embargo, era ardoroso en la defensa de los colores y transmitía esa emoción al resto del grupo y también a la grada.

En el Levante no abjuró de su fe por el gol. Fue un legado que todavía perdura. Conquistó quince dianas en su estreno en el ejercicio 1998-1999, pese a perderse, por cuestiones evidentes, el primer tercio de la competición liguera. Capital, en el retorno supersónico a la categoría de Plata, bajo el mandato de Pepe Balaguer en el banquillo local, quizás lo mejor de su poliédrico repertorio estaba por llegar. En la temporada 1999-2000 quedó ungido como máximo goleador de la división en un hecho sin parangón en su carrera tras asaltar en veinte ocasiones las redes rivales, como aconteció con la propiedad del hat-trick que firmó ante el Leganés en el Ciutat de València. Y el caudal no disminuyó en el curso siguiente en el mismo umbral hasta fijar su expediente en diecisiete goles. Hubo un tiempo en el que Salillas fue el sujeto activo del gol.