El 14 de febrero de 2013, la Valencia vinculada emocionalmente al Levante U.D. amaneció turbada. La agitación estaba justificada en virtud del encuentro programado para las 19:00 horas en el Estadio del Ciutat de València. No era un duelo secundario. Ni un mero trámite. El Olympiacos, un histórico del panorama internacional futbolístico, amenazaba la integridad de un Levante que se paseaba por la Vieja Europa.

Orriols daba la bienvenida a la ronda de dieciseisavos de Final de la Liga Europea. El Levante se enfrentaba a un desafío mayúsculo sobre el pasto en el contexto de la competición europea en el día en el que se honra a la memoria de San Valentín. El patrón de los enamorados hunde sus raíces en la época del Imperio Romano. San Valentín desafió un decreto promulgado por Claudio II que prohibía los matrimonios entre jóvenes para proceder en secreto a los casamientos.

El reto del Levante de Juan Ignacio era homérico. El Levante, un neófito por la Vieja Europa, entraba en un universo que ignoraba. Enfrente surgía la imagen poderosa de Olympiacos, incontestable líder de la Liga Griega. Solo podía sobrevivir uno de los dos rivales. Atrás quedaba la fase de grupos. El Levante no era invencible, pero su alma era imperturbable. Era una escuadra con sustancia y con carácter y destreza para enfrentarse a colosos y a cíclopes. Pedro Ríos, Barkero y Martins fueron los escogidos para la gloria. Martins cerró cualquier atisbo de duda en el choque de regreso en Atenas con una diana madrugadora (0-1).