El enfrentamiento ante el Pontevedra estaba pautado para el domingo 6 de octubre a las 16:30 horas en las instalaciones de Vallejo. El Levante regresaba al feudo granota después de afrontar en Mestalla el primer derbi de la historia en el marco de la máxima categoría (5-3). No había ansiedad en la mirada de los jugadores, pero sí incertidumbre. La victoria en el estreno en Primera División se resistía. La propuesta del colectivo granota sobre el verde no se correspondía con los resultados obtenidos en el arranque de la competición. El proceso de aclimatación a la elite demandaba respuestas de consideración ante el tamaño de cada uno de los desafíos establecidos. Y el calendario acotaba la cuarta jornada del campeonato.

El tiempo se convertía en una variable que jugaba en contra de los intereses del bloque blaugrana. La escuadra que dirigía Quique Martín buscaba una victoria redentora que sosegara los ánimos excitados de los futbolistas azulgranas y proyectara al club en el reto emprendido. Y enfrente surgía la figura del Pontevedra, un equipo gremial en su comportamiento y solidario en el esfuerzo. La década de los sesenta va ligada a la historia de la entidad gallega. Fueron años gloriosos aferrados al universo de la Primera División. Al Pontevedra había que ‘roelo’ mitificaba la leyenda. Era un mantra que acompañaba al equipo para singularizar sus características. Quizás no fuera el rival más hospitalario para establecer una entente con la victoria.

No obstante, el fútbol está repleto de misterios insondables. Al Pontevedra había que engullirlo literalmente para abolir cada una de sus virtudes. Vall, Wanderley y Vidal fueron los goleadores en una tarde hermosa que inauguró el certificado de triunfos en la máxima categoría. Quique estableció permutas en el once inicial con respecto al choque frente al Valencia. Rodri regresó a la portería tras superar una lesión que le mantenía en barbecho. Camarasa y Pedreño cedieron sus puestos a Victoriero y Castelló en la retaguardia. El preparador trataba de acorazas a un bloque que había encajado diez goles en los tres partidos iniciales. El Levante se mostraba como un equipo asimétrico.

Había pólvora en las botas de los atacantes como demuestran los siete goles firmados en el nacimiento del curso, pero esa explosividad contrastaba con la endeblez defensiva. Y ya se sabe que el fútbol es armonía. El Levante se comportó con solvencia. Tuvo recursos para solucionar situaciones complicadas. Vidal erró una pena máxima en los primeros minutos. En la recta final del primer capítulo del duelo Cerensuelo neutralizó la diana que había conseguido Vall en el minuto veinticinco. El empate no socavó el espíritu granota. El Levante se lanzó a por su oponente en la reanudación. El nacimiento de la segunda parte fue demoledor. Wanderley batía a Fermín con un imponente cabezazo cuando los seguidores no se habían acomodado de nuevo en la grada. Vidal desterró de su memoria el penati fallado con la consecución del tercer gol. Fue su primera diana con la elástica azulgrana. La victoria no se alejaría de los muros del feudo de Vallejo. Fue la primera en la principal competición.