El episodio es conocido. Ernesto Domínguez se fijó la elástica de la Selección Española en el duelo que enfrentó a España y a Bélgica en el Estadio de Mestalla en el amanecer de diciembre de 1963. El Galgo de Vallejo accedió a La Roja como jugador vinculado al Levante. Nadie ha sido capaz de igualar este registro. Los últimos días de noviembre de 1963 fueron frenéticos. Las noticias que surgieron en las jornadas previas al enfrentamiento amistoso ante el combinado belga confirmaron la condición de internacional de Domínguez.

Fue un hecho celebrado por la totalidad de los estamentos azulgranas. La entidad de Vallejo recibió un telegrama el 20 de noviembre que escondía una revelación. El seleccionador nacional, José Villalonga, asociaba el nombre del futbolista a la convocatoria de Mestalla. La misiva era clara. Domínguez debía presentarse el lunes siguiente a las seis de la tarde en la sede de la Federación Valencia en la Avenida del Oeste. El 22 de noviembre el Levante compulsó un registro de entrada de un documento, fechado el 21 de noviembre, con membrete oficial de la Real Federación Española de Fútbol que validaba el contenido del telegrama.

Ramón Balaguer había sido el encargado de darle pistas acerca de esta posibilidad. Una mañana después de un entrenamiento cotidiano el secretario técnico de la escuadra de Vallejo se reunió con el futbolista más clarividente y elegante de la plantilla que militaba en Primera División. Domínguez no era un desconocido para el seleccionador. La relación entre el entrenador y el sagaz futbolista remontaba las hojas del calendario. Villalonga había confiado en la sabiduría y en la sapiencia del Galgo de Vallejo años atrás cuando Domínguez despuntaba en los juveniles del Espanyol y el técnico apostó por él como miembro de la Selección Española de la categoría. Fue una primera toma formal que volvería a contar con un nuevo capítulo reuniendo a nuestros protagonistas en el ámbito de la Selección Absoluta.

Con veintidós años, y después de ascender con el club granota a la elite, Ernesto Domínguez se elevaba en el firmamento futbolístico. “Me encuentro en un gran momento. Había perdido bastante peso luego de cumplir el periodo militar, y no me encontraba en muy buena forma física, pero me he ido recuperando y, después de los últimos partidos, creo estar ya en pleno rendimiento”, relató en El Mundo Deportivo tras ser interrogado por su inclusión en el listado de los futbolistas convocados para el enfrentamiento ante los belgas. “Se me utiliza para cualquier lugar de la tripleta central, aunque mi puesto es de interior retrasado, armador del equipo. Me es igual llevar un número que otro. Pero creo que esta misión la desarrollo bien”, advirtió cuando se le cuestionó por la geografía del verde en la que mejor se desenvolvía con el balón cosido a los pies.

De sus reflexiones se deducía su terrible ilusión por debutar como internacional absoluto después de pasar por la Selección Juvenil. Domínguez vivió unas jornadas que todavía hoy perduran en su profunda memoria. Los recuerdos ocupan un espacio estelar en su mente, pese a la derrota sufrida por el grupo que dirigía Villalonga (1-2). El jugador levantinista enjuició a su adversario. “Han jugado magníficamente una táctica al contraataque muy buena, corriendo mucho; sin duda están acostumbrados a ella y les han salido las cosas bien. Una gran sorpresa su actuación”.

Y no buscó excusas, ni subterfugios para valorar la victoria de su adversario. “Se han apoyado mucho, se ayudaron siempre en las jugadas. Este es el juego moderno, el que hay que practicar”. Fue un estreno con el escudo de España con emociones enfrentadas en virtud de los hechos acontecidos finalmente. “Imagínese… Era mi debut en la Selección Nacional.  Ese sueño que siempre tenemos cuando comenzamos a jugar se iba a convertir en realidad. Y no será precisamente un recuerdo grato el que guarde de mi primer partido internacional”, añadió como despedida presto a abandonar el feudo de Mestalla.