Un Levante, de pierna fuerte y mirada devastadora, conquistó el corazón del Estadio Georgios Karaiskakis corroborando en tierras griegas la victoria conseguida una semana atrás en el universo del Ciutat de València. Fue en febrero de 2013. El gol de Martins en los primeros minutos marcó el desarrollo de la confrontación. El triunfo instaló a la sociedad azulgrana en los octavos de Final de la Liga Europea. Posiblemente ni Atenea, la diosa protectora de los atenienses y de la ciudad de Atenas, hubiera podido derribar a las huestes azulgranas sobre el Estadio Georgios Karaiskakis. Tal fue la fortaleza y la valentía de un equipo que no se achantó ni ante la complejidad de un escenario, capaz de devorar a sus oponentes, ni ante la escenografía que envolvía y elevaba el voltaje de la cita, ni tan siquiera ante las voces afinadas y amplificadas de los cerca de 32.000 espectadores que prácticamente abarrotaron el coliseo de Olympiacos.

Era un duelo entre equipos en cierto modo asimétricos. El líder incontestable de la Liga Griega, por aquellas fechas, un clásico en las competiciones europeas, ante un neófito con las alforjas repletas de ilusión. Olympiacos claudicó de nuevo ante sus enfervorizados seguidores frente un Levante atrevido y punzante que nunca negoció el rumbo del duelo, ni entendió el choque desde la tentación de especular con el resultado que llevaba tras el notable triunfo conquistado en el Ciutat en el choque que estrenó la eliminatoria (3-0). La puesta en escena de la sociedad levantinista en aquella jornada histórica fue devastadora. Quizás nadie esperaba que el grupo que preparaba Juan Ignacio manejara con tanta solvencia y serenidad el arranque del enfrentamiento.

En ocasiones, hay acciones que pueden convertirse en un paradigma porque permiten marcar el destino de un partido. El mensaje que envió de inicio el Levante fue clarificador de sus intenciones. No se anduvo el bloque con subterfugios. Ni con situaciones difusas. Nada más ponerse en juego el esférico, Barkero se asomó por el balcón del área de la meta defendida por Carroll y su disparó rozó la escuadra. Casi sin solución de continuidad, llegó el gol de Martins. La banca saltó por los aires. Barkero templó un saque de esquina que remató de cabeza el atacante africano sin más compañía que su propia sombra desde el interior del área. La diana silenció al bullicioso feudo de Olympiacos. Nada era lo que parecía parecer.

No hubo respuestas por parte de la escuadra local. El Levante maniató a su adversario desde el talento, el orden y la clarividencia. El gol madrugador varió el escenario del partido. La noticia para el Levante era excepcional por sus connotaciones. En una cita de tales dimensiones, y frente a un oponente de jerarquía, habría que ponderar la actitud y la confianza que destiló el bloque blaugrana. Con siete valencianos en sus filas, asaltó unos muros que no habían resquebrajado equipos como Arsenal o Montpellier, toda vez que Olympiacos accedió a la ronda de dieciseisavos desde la Liga de Campeones.

La diana de Martins allanó el sueño que significó seguir vivo en el camino para alcanzar, de manera rotunda, la ronda de los octavos de Final. Los últimos minutos de la confrontación fueron reveladores de la fortaleza exhibida por el conjunto de Orriols. No parecía sencillo que Olympiacos cayera preso del tedio y de la desolación en su ruidoso estadio. Y la recta definitiva del choque se convirtió en un paseo para la escuadra de Juan Ignacio y en un verdadero martirio chino para el equipo de Michel. Cada equipo asumió su rol y su suerte postrera con un poso de resignación, en el caso de los locales, y un punto de orgullo en el ejemplo del Levante. Ese contexto realzó, en último extremo, la naturaleza de un bloque que rozó la perfección y desarrolló un auténtico ejercicio de practicidad para seguir superando adversidades en el cosmos de la Liga Europea. Por el horizonte surgía un escollo denominado Rubin Kazan.