Hay objetos que esconden historias y también hay objetos que susurran historias que, aunque distanciadas, adquieren brillo al evocarlas. ¿Cuántos recuerdos caben en este balón? Es posible que infinidad. Si se agudiza la mirada es posible rastrear la firma de los heroicos jugadores azulgranas que desafiaron al destino y a los hados para incrustarse en la máxima categoría del fútbol español allá por el inicio de la década de los fabulosos años sesenta. Este balón ejemplifica el legendario ascenso del Levante al Olimpo de los Dioses del balompié en junio de 1963. Es un pedazo de la historia de la sociedad levantinsta que retoma la efervescencia de aquellas jornadas de emociones superlativas tras la donación efectuada por Fernando Aguiló.

El esférico vuelve al punto de origen. Este levantinista de corazón y de sentimiento granota, afincado en Barcelona, custodió una huella de la memoria de la entidad blaugrana. Durante décadas el esférico reposó en su domicilio como un testigo mudo de una hazaña recordada. Aguiló vivió la epopeya que significó el acceso a Primera División en el transcurso del ejercicio 1962-1963 desde una posición de cierta preponderancia. Él mismo se desliza por el túnel del tiempo para poner voz a su memoria. “Mi padre, que también se llamaba Fernando Aguiló, formaba parte de la directiva que presidía Eduardo Clerigues en la temporada del ascenso. Imagínate cómo lo vivimos todo”. El balón fue una conmemoración por el éxito alcanzado. “Fue un regalo de mi padre tras eliminar al Deportivo de La Coruña en la promoción de ascenso”.

Aquel partido forma parte del imaginario de los aficionados más veteranos del Levante. “Yo he vivido los cinco ascensos del Levante a la máxima categoría”, cuenta con un ápice de orgullo evocando los hitos más laureados de la institución del Ciutat de València. Los nombres de los titanes que batieron al Deportivo de La Coruña en los enfrentamientos decisivos retoman su esplendor para encumbrar una proeza que los más jóvenes pueden redescubrir. Wanderley, Camarasa, Serafín, Currucale, Quique, Castelló… vuelven a la primera línea de fuego. En realidad, su eco nunca se apagó. Sus rúbricas, esparcidas por el cuero, son el testigo de una empresa perseguida por la sociedad desde tiempos inmemoriales.

Entre los días finales de mayo y el nacimiento de junio de 1963 el Levante afrontó la tercera promoción de ascenso a Primera División de su historia. Era una especie de anatema que el bloque conducido por Quique y Balaguer cercenó. La eliminatoria emergió en tierras gallegas. La escuadra granota sometió al feudo de Riazor (1-2) con goles de Domínguez y Wanderley. Unos días más tarde en Vallejo Serafín y Valls ratificaron los lazos con la victoria para celebrar un ascenso mítico. “Creo que este balón tiene que estar en el Museo del club. Es su lugar”, precisa Fernando Aguiló.