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La partida escogida para la construcción del estadio del Levante en el barrio de Orriols constaba 40.000 metros cuadrados. Su precio fue de 30 millones de las antiguas pesetas. Lo más llamativo es que el óvalo que pretendía dibujar la instalación nunca ha sido perfecto. Desde los días de su alzamiento definitivo en el verano de 1969 subsiste una acentuada hendedura en la zona que recae sobre la Grada de Orriols. La leyenda recalca que uno de los propietarios de esas tierras se negó en redondo a vender sus terrenos en el momento de la edificación de la instalación deportiva.

Evidentemente, en los círculos granotas, siempre se enfatizó la ascendencia chota (valencianista) del poseedor de esos terrenos. Había que incluir el trazado del serpenteante camino que envolvía al estadio para garantizar la viabilidad del tráfico. Eso motivó el entrante de un tramo de la grada de Orriols siguiendo el orden establecido en los planos de urbanización del espacio. El zigzag ondulante de la curva y la escasa visibilidad propició más de un accidente. Ese trozo que falta se le denomina popularmente el tros del fotut. Y se convierte en uno de los elementos que singularizan al Ciutat de València. De hecho, es una de las preguntas más recurrentes por parte de los aficionados neófitos cuando desembarcan en el coliseo del barrio de Orriols.

Galería del Tros del Fotut