Se trata de una donación efectuada por Ernesto Lapiedra. Quizás lo más llamativo del cartel anunciador sea su impecable estado de conservación, pese a que más de cincuenta años distancian aquel presente del tiempo actual. No hay vestigios del paso del calendario, a pesar de la lejanía de sus hojas. En la imagen, quizás en un inopinado guiño a su propietario, destaca poderosamente la figura acrobática de un arquero atajando el cuero. La red de la imaginaria portería enmarca la acción.
Lapiedra defendió el arco azulgrana del primer equipo del Levante en la claridad de los años setenta. Por esas fechas Ernesto competía como miembro de las filas del Atlético Levante en el umbral de la Tercera División. En su hoja de ruta como jugador de las categorías inferiores de la escuadra blaugrana hay infinidad de experiencias en el marco de Vallejo. Lapiedra ha custodiado este documento durante las últimas décadas para legarlo al levantinismo militante del presente.

Vallejo inauguró sus puertas a finales de noviembre de 1925 con un duelo que cruzó al Gimnástico y al Atlético Saguntino en el universo del Campeonato Regional. El estreno fue realmente apabullante (6-0). Los mandatarios del club decano de la ciudad de Valencia arrendaron unos terrenos pertenecientes a la Familia Vallejo Morand al otro lado del Río Turia para acomodar a la representación futbolística de la institución. Fue el principio de una relación que se extendió en el tiempo hasta finales de la década de los años sesenta. En ese punto de la cronología el Gimnástico era un recuerdo imborrable del nacimiento y raigambre del balompié en la capital del Turia. En agosto de 1939 el Gimnástico y el Levante unieron sus destinos para formalizar el Levante U.D., si bien en las dos temporadas siguientes a la fusión la entidad gestada compitió al amparo de las siglas UDLG (Unión Deportiva Levante-Gimnástico).

En marzo de 1968 el Levante mantenía una seria duda existencial con la categoría de Plata. La división sufriría a la conclusión del ejercicio liguero un proceso de reconversión. Los dos grupos que componían la Segunda División, desde el final de los años cuarenta, quedaban reducidos a uno. Esa medida, auspiciada por la Real Federación Española de Fútbol, suponía un drama añadido para infinidad de instituciones que perderían el rol de equipo vinculado al segundo peldaño del fútbol. La restricción era severa ante el número de escuadras implicadas. El drama del descenso se cernía sobre el Levante. Álvaro relevó a Morera en el banquillo. Los nervios se apoderaron de la sociedad. Eran días relevantes en la toma de decisiones de club. La vuelta de Antonio Román a la presidencia agilizó sobremanera el proceso de construcción de una nueva instalación deportiva que exonerara al viejo Vallejo. Los contornos del actual Ciutat de València comenzaban a esbozarse.

Jerez y Constancia establecían la cuenta atrás de la competición. La secuencia deportiva marcaba los últimos días del Estadio de Vallejo. El campeonato de la regularidad cercaba su desenlace. El Levante había extraviado la victoria en su visita a Mestalla para enfrentarse al filial del Valencia (2-0). Ante el Jerez no se redimió (1-1). La historia se repitió semanas más tarde en el encuentro ante el Constancia. El equipo granota calcó el marcador (1-1). En el partido inmediato degustó ante el Recreativo en Huelva en amargo sabor de la derrota (2-0). El Levante resbalaba en la clasificación general. Y los descensos aumentaban por la decisión tomada por los federativos. Mayo cerraba el torneo de la regularidad. El quince de mayo de 1968 el Levante y el Murcia afrontaban una cita capital. Serafín, uno de los héroes del histórico ascenso a Primera, fustigó las redes de Mut. La igualada (2-2) dejó al Levante al borde del abismo. La derrota ante el Calvo Sotelo en Puertollano (2-0) confirmó los malos augurios. La victoria ante el Tenerife (1-0) en la despedida de Vallejo fue tan triste como testimonial.