Joaquín Arater saltó al césped del Estadio de Sarrià la tarde del domingo 11 de julio de 1937 formando parte del once del Levante F.C.Nada escapaba a su mirada al pisar el coliseo del equipo españolista. Y nada le era desconocido.
El aguerrido defensor regresaba a un escenario que conocía al milímetro, tras defender la camiseta de la escuadra catalana en la primera mitad de la década de los años treinta en la máxima categoría, para afrontar una nueva cita adscrita a la Copa España Libre. Parecía un acto cotidiano en una vida que había consagrado a la disciplina del fútbol, pero existía un matiz relevante que quizás solo el propio Arater conocía en ese instante de la cronología. Quizás la decisión ya estaba adoptada cuando comenzó aquel match. Arater estaba resuelto a cambiar la elástica del Levante F.C. por el fusil del ejército republicano. Del eje de la retaguardia del verde mudaba al interior de las trincheras. La decisión estaba tomada. Era un tránsito complejo que realizaría en las jornadas finales de julio de 1937. Apenas unos días después de celebrar la conquista de la Copa España Libre como jugador del Levante ingresó en la Tercera Compañía del 520 Batallón de la 43 División, 130 Brigada Mixta. Fue el 27 de julio de 1937 según recoge su obituario publicado en el periódico La Vanguardia el miércoles 21 de septiembre de 1938.
Futbolista por devoción y militar por el compromiso innegable y la lealtad que mostró para con el Gobierno de la República, hacía falta osadía y un plus de intrepidez para asumir semejante mudanza. De tratar de secar a los delanteros rivales a invocar permanentemente a la muerte. No era una cuestión menor. Arater era un hombre de firmes convicciones y sentía que la Patria reclamaba sus servicios como en el verano de 1935 hizo el Levante para alistarlo a un grupo que buscaba el ascenso a Primera División después de cerrar un ejercicio excelso tras abordar las semifinales de la Copa de España, después de vencer al Valencia y Barcelona, que aderezó con la consecución del campeonato Súper-Regional ante adversarios que doblaban su presupuesto. Aquel equipo era de acero inoxidable atrás y sedoso y evanescente en su vanguardia. Esas credenciales conjugaban con sus singularidades como jugador. El defensa era recio como el hierro. Cuentan que nunca perdió la sonrisa que siempre dibujó su rostro y que nunca se dejó guiar por el miedo. Fue un modo de comportamiento en el interior del terreno de juego y cuando los mortíferos y afilados disparos de las tropas enemigas pasaban silbando sobre su cabeza. Quizás esa sensual atracción y alianza que estableció con el peligro le hizo más vulnerable en un contexto tan extremo.
Dicen las viejas crónicas de fútbol que siempre jugó a pecho descubierto. Si había que ir al choque era el primer en acudir. Su físico le permitía bordear los confines de lo desconocido. Era un tipo racial y corajudo; impulsivo e impetuoso. Era pasional con el balón en los pies y resuelto cuando se trataba de reconquistarlo. Era difícil sorprenderle y muy complicado sobrepasarlo en carrera. El pelo engominado y el bigote le daban un aire de galán de cine que mudaba por una imagen marcial sobre el tapete. El futbolista catalán estableció una estrecha alianza con Calpe resguardando la parcela defensiva del Levante. Murió en similares circunstancias. La parca le sorprendió en la primera línea de fuego empuñando un fusil y arengando a sus compañeros con el fin de evitar que la maltrecha moral colectiva decayera. Y había motivos más que suficientes para que las fuerzas flaquearan en ese punto de la cronología desde la perspectiva de la España republicana. Uno en ocasiones puede elegir morir como vivió. Quizás fuera el caso.
Un mortero de las tropas enemigas, las mismas que se sublevaron en julio de 1936 para pretender inocular el virus del totalitarismo, atravesó su fornido cuerpo y segó en un segundo una vida que estaba en plena efervescencia. Aconteció en los días finales de septiembre de 1938 en la legendaria y cruel batalla del Ebro que decantó definitivamente el curso de la Guerra Civil española. Joaquín Arater Clos, nacido en Figueres en 1910, ejemplificó la tragedia y la barbarie de un conflicto bélico despiadado. La Guerra Civil se cebó ferozmente con las capas más jóvenes de la población por cuestiones más que obvias. Este grupo fue el que sufrió el impacto de la virulencia de los combates desde una posición de mayor fragilidad por la cercanía con el campo de batalla. Si nos atenemos a las cifras presentadas por Gabriel Jackson, Arater sería uno de los 285.000 caídos en campaña. Es una evidencia que los números manejados son trágicos y demoledores por la terrible merma que supuso desde un prisma demográfico, que se agravó sobremanera, por la calidad y el potencial de las vidas rasgadas al tratarse de un colectivo que ni tan siquiera había traspasado la frontera de los treinta años.
Su condición de titular en el Levante parecía indiscutible durante el ejercicio 1935-1936 y su ascendente no menguó tras el alzamiento militar de julio de 1936. Únicamente las lesiones le alejaron del campo. Testigo de excepción de la reorganización interna del club, su rastro se puede seguir en el interior y en el exterior del verde entre 1936 y el primer semestre de 1937. “El Valencia multiplicose ejerciendo una mayor presión, pero sus esfuerzos viéronse contrarrestados por la energía que imprimieron a sus jugadas Arater y Calpe, más todo el acierto de la línea media”, resaltaba la crónica de El Mundo Deportivo del duelo que el Valencia y el Levante celebraron en Mestalla a finales de octubre de 1928 en el marco del Campeonato Súper-Regional Grupo Valencia-Murcia.
En enero de 1937 en el nacimiento de la Liga del Mediterráneo Arater advertía en el mismo medio de la energía del equipo levantino. El Levante se estrenaba ante el Granollers en tierras catalanas. “El Levante está en buena forma”, confirmaba para proponer una contienda arenosa. “Hemos llegado con tiempo, a las diez y media de la mañana y así nos presentaremos mañana en Granollers descansados”, ratificó por teléfono desde el hotel de concentración en Barcelona del bloque blanquiazul con un tono impregnado por una cierta melancolía porque una lesión en la rodilla le inhabilitaba para la cita.
No obstante, chafó el verde en el duelo entre el Levante y el Barcelona en febrero de 1937 (3-3) y ostentó la capitanía. “Hemos jugado muy por debajo de lo normal. No es injusto pues el resultado. En cuanto al árbitro no ha pasado de regular. Martínez ha sido objeto de un fuld que era todo un penalti y a pesar de ser decisiva la jugada no ha visto nada”. Y en el partido de vuelta en Les Corts narró para El Mundo Deportivo la odisea vivida por la plantilla levantina. “Salimos ayer a las dos de la tarde y hemos llegado a Barcelona a las dos de la tarde de hoy. Hubo un pequeño accidente ferroviario y hemos continuado el viaje en un tren mercancías. Los jugadores han salido al campo después de bajar del tren para tomar un caldo y equiparse inmediatamente. No sé cómo han aguantado tanto”. La maltrecha rodilla impidió a Arater posicionarse en el coliseo culé en un duelo que el Barça resolvió en los minutos finales y que desveló la posible gira del Barcelona por México.
Quizás ante el Espanol, aquel domingo de 11 de julio de 1937 disputara uno de sus últimos partidos oficiales de su vida. O quizás fuera el último. “Fue uno de los que más destacó por su verdadero antifascismo. En la toma de Biescas, en septiembre de 1937, actuó con verdadero valor. Más tarde cuando la 43 División quedó aislada en el Pirineo destacó sobre manera del resto de los soldados de la compañía. Debido a ello el comisario de la Brigada le designó para delegado político de la tercera compañía”, relató la necrológica recogida por La Vanguardia que anunciaba el fallecimiento de Joaquín Arater en septiembre de 1938. Combatía en la Batalla del Ebro que aniquiló los utópicos sueños de supervivencia de La República. Su desdichado destino estaba firmado.