Si el enfrentamiento entre el Valencia y el Levante en Mestalla en la claridad de la competición liguera del ejercicio 1963-1964 fue catalogado como el partido del Siglo, por mor de la ausencia de choques de tan poderoso voltaje en la máxima categoría, el choque de vuelta en el escenario de Vallejo podría etiquetarse como un duelo de contenido superlativo. El coliseo de la calle de Alboraya, con infinidad de batallas a sus espaldas, sonreía ante su inminente estreno en un derbi en Primera División. No era un hecho menor desde un prisma histórico para una instalación que cercaba su ocaso. Se debatía en aquellos tiempos sobre el futuro de la propiedad del Levante. Las instantáneas reflejan la atmósfera abigarrada de un Vallejo rebosante que saboreó la victoria azulgrana merced al gol conquistado por Ernesto Domínguez, posiblemente el jugador diferencial y más determinante del colectivo que adiestraba el tándem compuesto por Quique y Balaguer.
La confrontación nació empapada por la ilusión. Lo que parecía una quimera se materializó un domingo de enero de 1964. El Levante y el Valencia contendían en el viejo Vallejo en igualdad de condiciones en el universo de la Primera División. Las cartas estaban alzadas mucho antes del nacimiento de tan extraordinaria cita. El triunfo era un bien cotizado por ambos cuadros. Era un aspecto compartido. Los derbis nunca suelen pasar de puntillas. Por su consideración y linaje generan nerviosismo y agitación. Al innegable valor de los puntos había que unir el componente alegórico que viajaba a lomos del triunfo. Corrían aires de Fronda por el entorno de Vallejo. Escocía la derrota en Mestalla en el amanecer de la Liga (5-3). No obstante, los roles parecían permutar en virtud del dictamen de la clasificación.
El Levante fue capaz de reponerse a un despuntar tortuoso en el campeonato. No conjugó con la victoria hasta la cuarta jornada. Basaba su fortaleza en una defensa entre heroica e indomable del coliseo de Vallejo. Los adversarios rendían vasallaje en territorio granota. El Levante acorazó Vallejo. No obstante, las prestaciones del once levantinista menguaban como foráneo. Y de manera considerable. El Levante antecedía al Valencia en la tabla, aunque las distancias eran nimias y estaban cifradas en un único punto (15 por 14). Fue materia común durante buena parte del recorrido liguero. El blasón del Levante antecedió al emblema del Valencia, aunque en las postreras semanas el orden de los factores mutó. Para un neófito en la categoría de oro el aspecto era cuanto menos sugerente.
Portada del Diario Deportes.
Como el fútbol, en ocasiones, tiende a la exageración todo lo que rodeó al derbi del feudo de Vallejo fue hiperbólico. Las huestes granotas velaron armas en un conocido hotel de la ciudad desde la jornada anterior al match. Había que alejarse del mundanal ruido para alcanzar la armonía espiritual que demandaba el encuentro. Durante la semana se lanzaron mensajes antagónicos desde los dos frentes. Nada alteró el trabajo cotidiano, pero había tensión e inquietud en la mirada de los jugadores; el típico hormigueo de los partidos grandes. El estado anímico de los seguidores fluctuaba. El fútbol es oscilante. Los técnicos escondían sus bazas en un intento por confundir a su oponente. Era evidente que no era un partido más. Los precios de las entradas aumentaron dimensionando la naturaleza de un duelo supremo. Los aficionados pagaron hasta 200 pesetas de la época por las localidades de mayor consideración. Las entradas más asequibles rondaban las 70 pesetas.
La prensa valenciana estimó que la recaudación ascendió a dos millones de pesetas. La cifra era colosal por elevada. La primera premisa de aquel partido se cumplía. La cuestación fue muy superior a las cantidades manejadas ante otros oponentes. Eduardo Clerigues, presidente granota, celebró esta circunstancia. La caja de caudales azulgrana siempre mostraba telarañas. En pleno mes de enero el Levante hizo su particular agosto. El feudo de Vallejo se engalanó en un día histórico. Quizás fuera uno de los partidos que colonizarían el paso del tiempo para mantenerse en la memoria. La imagen que trasladaba era monumental. No había ningún metro por colonizar. Tal era la densidad humana. Resaltan las amarillentas crónicas que no todos los aficionados pudieron acceder a sus respectivos asientos. Los pasillos de acceso a las distintas zonas del campo estaban tabicados ante la ingente marea de espectadores congregados.
Los jugadores azulgranas saltaron al verde convencidos de sus posibilidades. Vallejo encorajinaba sus sentidos y afilaba sus percepciones. El equipo se sentía a gusto y resguardado en ese espacio. La puesta en acción del Levante fue concluyente con Ernesto Domínguez como eje dinamizador. Sus botas escondían un puñal abrasador para los competidores. Todo ocurrió con celeridad hasta abrazar el gol. La visión panorámica de Vidal situó a Wanderley frente a Quincoces. El atacante brasileño maniató al defensor valencianista para citarse ante el portero Zamora. Wanderley combinó con Domínguez ante el delirio de los miles de correligionarios granotas.
Crónica de Deportes del partido entre Levante y Valencia.
En realidad, fue un partido aristado. Las diferencias entre los contrincantes fueron mínimas. Al estruendo que provocó Levante durante el transcurso del primer acto respondió el Valencia en la reanudación. En ese sentido, cada adversario capitalizó cada uno de los capítulos. Las dos escuderías fueron leales con la naturaleza de un duelo diferente. Nadie ahorró esfuerzos en pos de un triunfo redentor. Los dos pudieron ganar y los dos pudieron perder. “El partido no defraudó” manifestó Crispín en la crónica de Deportes. Dicen que los encuentros se empiezan a ganar desde la línea de medios. Todo lo que acontece en esa extensión puede resultar trascendente. Vidal era un pulpo con ocho tentáculos. Todos los balones pasaban por sus botas. Y cada vez que alzaba la vista combinaba con Domínguez o Pepín.
Vallejo bramaba reforzando la mente de los jugadores blaugranas. En un acto de fe soñó con un triunfo en entredicho en la segunda fase de la cita. El Levante intimidó al Valencia en los cuarenta y cinco minutos iniciales, pero olvidó tumbar a la escuadra de Mestalla. Y el Valencia recobró el aliento tras pasar por los vestuarios. El equipo de Mundo se rearmó para regresar al verde con el pulso cambiado. La lesión de Vall propició que afrontaran en episodio final con ventaja sobre el campo. Rodri adquirió envergadura en esa secuencia. El arquero mantuvo con vida al Levante con una actuación meritoria. El Valencia asedió la meta granota pero no encontró la fórmula para enjugar el gol de Domínguez. El Levante resistió la solemnizar una victoria formidable (1-0).
“Hubo un momento en el que el Valencia nos inquietó seriamente. Los puntos nos hacían muchísima falta; los hemos buscado noblemente, pero sin concesiones”, relató en sala de prensa Quique apenas unos minutos después de triunfo. Mundo se mostró más enojado en sus manifestaciones. “Hemos perdido por un imperdonable pecado: por falta de valor”. El técnico merengue verbalizó su malestar centrando la atención en los integrantes de la retaguardia. “Los hombres del ataque tuvieron la victoria en sus pies y la han tirado por la ventana”. El corolario a estas afirmaciones fue rotundo: “Hemos perdido por falta de valor de nuestros delanteros”. Domínguez evaluó el duelo. ¿Ha sido una clara victoria?, interrogaron al autor de la diana del triunfo. “Yo creo que sí… sobre todo en la primera parte. Luego ellos reaccionaron, pero nuestro éxito se ha producido porque supimos estar en el campo”. Clérigues se mostró henchido de satisfacción. “Ha sido un choque clásico. De nervios. Incierto, con pocos goles para que la emoción fuera superior. Con un primer tiempo muy bueno del Levante y una segunda parte en la que el Valencia ha demostrado ser un gran equipo”.