“Su salida al terreno de juego fue acogida con una ovación y ellos quisieron corresponder a la cortesía y hospitalidad catalana con unos hurras lanzados a la uruguaya”. La crónica de El Mundo Deportivo singulariza la aparición de los equipiers del Levante FC en el Campo de Les Corts en las jornadas finales de febrero de 1926. No era un partido más en el historial de la sociedad valenciana. Era el prólogo de la confrontación que cruzó al bloque de los Poblados Marítimos ante el poderoso F.C. Barcelona. Las huestes marinas se consagraban en el contexto del fútbol nacional a través de su primera participación en el formato de la Copa de España. No había antecedentes en tal sentido. Todas las emociones concitadas por un duelo superlativo eran novedosas. El nombre del Levante quedaba vinculado al palmarés del trofeo más representativo que se disputaba en territorio español en tiempo contemporáneo.
Como recuerda la pluma de ‘El chico del marcador’, así queda rubricada la firma de la crónica publicada el 1 de marzo de 1926 en El Mundo Deportivo, en el estreno levantino en la Copa los futbolistas que capitaneaba Mario saludaron a la uruguaya desde el centro del terreno de juego de la escuadra catalana. No sabemos si fue un hecho premeditado, y gestado en la intimidad del vestuario, o fue una respuesta surgida de forma espontánea ante el cálido tributo dispensado por la afición barcelonista. Lo cierto es que la reverencia escogida por los valientes levantinos respondía al gesto de cortesía impuesto por la Selección Olímpica de Uruguay en la Olimpiada de París 1926. La escuadra blanquinegra honró la memoria de los campeones uruguayos para situarse en el punto concéntrico de la superficie del campo alzando las manos y lanzando distintos hurras hacia la tribuna y las zonas más populares del coliseo en contestación a la cariñosa ovación recibida por parte de los seguidores locales.
“El sub-campeón levantino, en su match de presentación en Les Corts, vióse rodeado de innegable simpatía, de esa simpatía que merecen todos los equipos que suben y fue recibido con la tradicional afectuosidad con que en Barcelona se recibe a los forasteros”, recoge el escrito en sus párrafos iniciales. En esa secuencia la lucha todavía no había comenzado. “Cuando el Sr Calderón (árbitro) ordenó la alineación de los equipos el capitán levantino ofreció al del Barcelona un precioso ramo de flores. ¿Serían flores de Valencia? El público rubricó aquella camaradería con una nueva ovación”. Sin embargo, aquella concordia concluyó con el nacimiento de un encuentro repleto de grietas para los futbolistas del Levante F.C. Cuando se inició la guerra danzada, el Barcelona dejó patente que se iba a convertir en una roca infranqueable en el camino del Levante. La enorme grandiosidad del escenario pareció engullir a los equipiers marinos. Sagi estrenó el marcador cuando el partido se desperezaba. Fue el primero de los cinco goles que encajó Boro.
No obstante, aquella derrota no debía empañar la efervescencia de un Levante en luna creciente. Su estela había mutado de raíz. El cambio de año robusteció sus aspiraciones desde una perspectiva deportiva. 1926 nació desde la buenaventura y también bajo el signo de la esperanza en el marco de la competición regional. La metamorfosis era perceptible. El Levante se entrometió en la rivalidad establecida entre el Valencia FC y el Gimnástico FC. Lo hizo con intrepidez y con coraje para alcanzar el segundo puesto en la clasificación general. La segunda vuelta del colectivo marino fue tan inmaculada como pulcra.
El triunfo mayúsculo ante el Gimnástico en el feudo de Vallejo (0-2) con goles de Sorni y Urrutia fue correspondido con una victoria homérica ante el Valencia (2-3). El Levante irrumpió en el feudo de Mestalla para conquistar la corona de laurel por vez primera. Aquel día la institución de los poblados marítimos quebró un anatema que mortificaba su alma. Como corolario habría que incluir la relevante victoria ante el Gimnástico en el partido que debía dilucidar la condición de subcampeón del campeonato regional.
No era un premio menor. Aquella final a cara o cruz escondía el pasaporte para la Copa de España de la temporada 1925-1926. El Levante, propulsado por la savia infundida por los jugadores del Invencible, que comenzaban a asentarse en el primer equipo, tras ser disuelto por los rectores del club en enero de 1926, destituyó al Gimnástico. Calvo marcó para los gimnastiquistas al ejecutar desde la larga distancia un golpe franco. La réplica levantina fue demoledora. El goal no atenuó su espíritu. Lacomba y Urrutia cambiaron el rumbo de la confrontación para aprisionar el triunfo. A un reto grandioso llegaba un desafío colosal. A la escuadra marina le esperaba en el trofeo de Copa el F.C. Barcelona y el Real Zaragoza. Los tres equipos compartían la condición de subcampeones de sus respectivos campeonatos regionales y estaban dispuestos a batirse con profusión y vigor en doble confrontación en una liguilla. El team que saliera indemne se situaría en la frontera de los cuartos de Final.