Ahí está. El once granota que aquel domingo 2 de junio de 1963, con el campo de Vallejo lleno hasta la bandera, consiguió la mayor gesta de sus más de cincuenta y tres años de historia: El ascenso a la Primera División del fútbol español. Aunque en la foto no hay once sino quince levantinos. Repasemos la identidad de todos ellos. Arriba, de izquierda a derecha: Rodri (portero), Balaguer (secretario técnico), Céspedes (defensa), Pedreño (defensa), Calpe (defensa), Camarasa (defensa y capitán del equipo), Castelló (centrocampista), Quique (entrenador) y Sansón (portero suplente). Abajo, también de izquierda a derecha: El desconsolado niño Josep Maria Català, Vall (delantero), Currucale (centrocampista), Wanderley (delantero), Domínguez (delantero) y Serafín (delantero).

Desde el Levante U.D. queremos agradecer a la familia LATORRE BELTRÁN la donación de esta fotografía (inédita hasta hoy y que ya forma parte de nuestro patrimonio histórico más preciado) de aquel mítico día.

Empecemos por la parte más simpática de la imagen… ¿Quién es ese niño que llora como si no hubiera un mañana mientras Vall trata de calmarle sin mucho éxito? Pues un granota de pura cepa, se llama Josep Maria Català Pià y aquel día, sin saberlo, formó parte de una de las fotografías más icónicas del levantinismo. En el documental “El dia que el gat pujà a la palmera” (“El día que el gato subió a la palmera”), emitido por la televisión autonómica valenciana Canal Nou en 2003 (con motivo del cuarenta aniversario del ascenso del 63), los padres de la criatura explicaron la historia al detalle. Josep (el padre) había quedado con su amigo Calpe para que su hijo se hiciera una foto con él aquel día. Pero cuando saltó al césped con su hijo en brazos, Vall se adelantó, lo cogió y lo situó a su lado para que se hiciera la foto con todo el equipo, algo inusual en aquellos tiempos. Y a Josep (el hijo), que solo contaba con diez meses de vida, no pareció gustarle mucho que su padre le dejara solo con esos hombretones a quienes no conocía de nada, en un campo abarrotado por miles de personas que no paraban de gritar. Y, claro, rompió a llorar desconsoladamente.

De izquierda a derecha Josep Maria Català (el niño de la foto), Josep Maria Català (el padre) y Carme Pià (la madre, que sostiene la camiseta que le hizo a su hijo para aquel día) en el documental “El dia que el gat pujà a la palmera”, emitido por Canal Nou en 2003

El Levante del curso 1962/63 afrontó la competición con el ascenso a Primera metido entre ceja y ceja. En las tres temporadas anteriores había quedado casualmente en la misma posición: la sexta. Y en la 1958/59, la del fichaje de Wilkes, se rozó la gloria al caer en la promoción decisiva contra Las Palmas. Así que a la quinta tenía que ser la vencida. Y la primera vuelta del campeonato de aquel Grupo II de la Segunda División confirmó las expectativas. A las órdenes del entrenador gallego Rogelio Santiago “Lelé” (que afrontaba su tercera temporada consecutiva en la entidad granota) el equipo mostró una seriedad incontestable y enseguida se vio que la lucha por la única plaza que daba el ascenso directo iba a estar entre el Real Murcia y el Levante U.D. Y así fue, sobre todo, en el último tercio de la competición. Desde la 18ª jornada hasta la 30ª y última, el Levante ocupó la segunda posición, detrás del Murcia, a quien siempre estuvo pisándole los talones. Y, casualidades de la vida, el azar dispuso que los dos últimos partidos de la primera y de la segunda vuelta enfrentaran a ambos equipos. Así que aquellos encuentros fueron, sin duda, los dos grandes partidos del campeonato.

Pero el primero no lo fue por la pugna deportiva entre murcianos y valencianos. Lo fue por una de las decisiones arbitrales más escandalosas de la historia del fútbol. Sí, de la historia de este deporte a nivel mundial y no estamos exagerando en absoluto. El colegiado almeriense Antonio Vicente Ferrete fue el protagonista de ese error arbitral sin parangón. El partido que se estaba disputando en Vallejo, el día de Reyes de 1963, estaba siendo una lucha enconada entre los dos máximos aspirantes al ascenso de categoría. El Murcia había golpeado primero al adelantarse en el minuto 8 por medio de su centrocampista Martínez. El Levante empató en la parte final de la primera parte a través de su gran delantero Torrents e, inmediatamente después, justo antes del descanso, consiguió ponerse por delante. O eso es lo que pensaron todos los jugadores y espectadores que estaban allí. Porque en el último minuto del primer período, tras lanzarse un saque de esquina, el delantero granota Haro remató de manera excelente y, justo cuando el esférico estaba a punto de atravesar la línea de gol, el árbitro hizo sonar su silbato. El balón acabó en las redes y Ferrete señaló el camino de los vestuarios. Todo el mundo entendió que el gol, evidentemente, había subido al marcador. Pero no fue así. Antes de reanudarse el juego tras el descanso, los asistentes se percataron de que el árbitro solo había señalado el final del primer tiempo, sin dar validez al tanto de Haro. Y, claro, se armó la de Dios es Cristo. La gente, atónita, no se lo podía creer y el graderío no dejó de abuchearle durante el resto del partido, sin prestar atención al juego. Para más inri, el Murcia consiguió la victoria tras marcar el 1 a 2 de penalti, lo que terminó de indignar al respetable hasta cotas superlativas. El nombre de Ferrete quedó así, para siempre, como el paradigma de la mayor ignominia arbitral sufrida por el club decano de Valencia a lo largo de su historia.

Pero tras aquel partido de infausto recuerdo se produjeron dos circunstancias que iban a resultar decisivas en el desenlace de la competición.

La primera fue que el delantero brasileño Wanderley, que procedía del Elche, iba a debutar por fin con la entidad granota. Un conflicto de intereses con el club ilicitano le había impedido vestir la elástica azulgrana durante la primera vuelta. Y su debut contra el Cartagena en el primer partido de la segunda no pudo ser mejor. El Levante ganó en tierras murcianas 0 a 1 y el tanto fue obra del futbolista de Niteroi (Río de Janeiro). Y no solo eso. Pese a jugar solo catorce encuentros acabó siendo el pichichi del equipo con 11 goles, los mismos que marcó el delantero Torrents (aunque este disputó siete partidos más). Así pues, su contribución al ascenso fue absolutamente decisiva.

La segunda fue una bomba en toda regla que pareció que iba a desestabilizar seriamente al club. El entrenador Lelé presentó su dimisión. Había recibido una oferta del Coruña, equipo de Primera División, y no dudó en aceptarla. El hecho de no haber entrenado nunca a un equipo de la máxima categoría que, además, le iba a permitir regresar a su Galicia natal, fue determinante. La junta directiva granota presidida por Eduardo Clérigues (que seguía con toda la ilusión puesta en el ascenso) prefirió no forzar la situación y se apostó por Quique Martín para sustituirlo. Aunque para apoyar al nuevo míster se decidió contar también con la colaboración especial del secretario técnico Ramón Balaguer, fundamental en la confección de la plantilla que se había diseñado aquel año para subir. La mítica dupla Quique-Balaguer acababa de nacer.

Quique fue el entrenador que logró el primer ascenso del Levante a Primera División. Sustituyó a Lelé, que dimitió a mitad de temporada para fichar por el Coruña. Paradójicamente ambos equipos se cruzaron en la eliminatoria de promoción de la máxima categoría. Y el resultado pareció un ajuste de cuentas que el destino le tenía reservado al técnico gallego: El Coruña bajó a Segunda mientras el Levante ascendió al reino de los cielos del fútbol español  

Afortunadamente, y al contrario de lo que había pasado tras el escándalo arbitral del final de la primera vuelta, el protagonismo del último partido de la temporada estuvo centrado exclusivamente en el ámbito deportivo. Porque además el match iba a ser de una emoción máxima, era un todo o nada, quien ganase subiría automáticamente a Primera División. Aunque al Murcia también le valía el empate para alcanzar el éxtasis. El estadio de La Condomina vistió sus mejores galas, no cabía un alfiler y un animoso grupo de más de tres mil granotes se desplazó a tierras murcianas para arropar a los suyos. Pero el Levante, aunque mereció ganar, se chocó contra un muro infranqueable, el guardameta local, que lo paró todo: “Campillo impidió el triunfo del Levante” tituló la prensa valenciana. Y, además, la actuación arbitral tampoco ayudó mucho. A punto de terminar la primera parte, en una de sus veloces escapadas por la banda, Vall fue zancadilleado dentro del área y el colegiado no quiso señalar el clarísimo penalti. El Murcia había marcado al comienzo del partido por medio de Lax y todo se ponía cuesta arriba. Pese a la máxima pena escamoteada el equipo continuó con su dominio en la segunda parte y Domínguez, en el 73, de un disparo espectacular (lo único que no pudo parar Campillo en todo el encuentro), igualó la contienda. Pero la suerte tampoco estuvo del lado azulgrana porque Camarasa, en pleno acoso visitante, envió un cabezazo al larguero en los instantes finales y no hubo forma de lograr la victoria y el ascenso directo a Primera División. De todas formas, al término del partido, hubo un gesto de la afición granota desplazada a Murcia que habló a las claras de su señorío. Las tracas que se habían llevado para celebrar la victoria se dispararon a pesar de todo. Se quiso así premiar la entrega de los jugadores y hacerles ver también que aún quedaba la promoción y que la confianza en ellos era máxima para conseguir el objetivo.

Y lo que es la vida. La decisiva promoción para poder ascender a Primera División se iba a dirimir contra el equipo que terminó en la antepenúltima posición de la categoría reina. Y ese equipo era, ni más ni menos, que el Coruña de Lelé. Pero no solo fue esa la curiosa jugada que deparó el destino. Además, justo antes de esa eliminatoria, en los dieciseisavos de final de Copa, la suerte hizo que también coincidieran Levante y Coruña (que por aquel entonces no se llamaba Dépor, esa denominación nació con su gloriosa etapa de finales del siglo pasado). Y todavía más. Aquella ronda de Copa, tras el empate a cero de la ida en La Coruña y el empate a uno de la vuelta en Valencia, necesitó de un tercer partido de desempate que se celebró en el estadio Santiago Bernabéu de Madrid. Y allí, por fin, el Levante ganó 3 a 1, con goles de Torrents, Domínguez y Valls. Por cierto, en octavos tocó el Real Madrid y ahí terminó la andadura granota de aquel año en la Copa. Pero lo curioso fue eso, que en un breve lapso de tiempo, el Levante y el Coruña jugaron cinco veces seguidas.

El 26 de mayo de 1963 Coruña y Levante disputaron el partido de ida de la promoción en tierras gallegas. Y el partido tuvo de todo. La primera parte acabó con empate a cero gracias al penalti que paró Rodri al delantero local Veloso. El Coruña, eso sí, se quedó con uno menos tras la expulsión de su defensa Miche tras pisar a Vall en una fea acción antes del descanso. Sin embargo, en la reanudación, una nueva pena máxima a favor de los gallegos, que esta vez sí transformó el peruano Montalvo, permitió al Coruña ponerse por delante. Pero el Levante no se amilanó, fue muy superior durante toda la segunda parte y con sendos goles de Domínguez y Wanderley selló el 1 a 2 definitivo. Esta gran victoria dejó muy encarrilada la resolución de la eliminatoria para el decisivo partido de vuelta que debía celebrarse en Vallejo el domingo siguiente.

Y así se llegó al gran día de la foto del once que da sentido a este artículo. El domingo 2 de junio de 1963, a las cinco y media de la tarde, el Levante se dispuso a afrontar el encuentro más importante de su historia. Y lo hizo con la convicción de que, al menos, no se podía perder de ninguna manera, puesto que el empate también daba el ascenso. Y así lo demostraron los jugadores desde el principio aunque la emoción y los nervios, obviamente, estuvieron presentes durante los noventa minutos.

Así se encontraba Vallejo el día del decisivo partido de vuelta contra el Coruña del 2 de junio de 1963: ¡Hasta los tejados de las casas adyacentes de la calle Alboraya tenían espectadores encaramados!

A la media hora Vall pudo haber inaugurado el marcador tras un gran pase de Domínguez pero, aunque el balón acabó en las mallas, el colegiado Gómez Contreras lo invalidó por fuera de juego. Poco después, en el minuto 43, el propio Vall fue objeto de un penalti que Serafín transformó para adelantar al Levante ante el delirio local. La pena máxima la ejecutó magistralmente el delantero granota, un auténtico especialista, que en toda su carrera como futbolista profesional lanzó 106 penaltis y solo falló uno, un dato estadístico absolutamente extraordinario. La gloria estaba muy cerca pero todavía quedaba toda la segunda parte y los nervios, finalmente, hicieron acto de presencia.

Prueba de ello fue el tanto del empate en el minuto 71. Más que mérito del delantero Montalvo fue demérito del portero Rodri que, al medir mal su salida, se tragó el centro chut del peruano que, aparentemente, no llevaba excesivo peligro. Una cantada en toda regla, vamos. El Levante se asomaba al abismo. Otro gol del Coruña empataba la eliminatoria. Pero aquella angustiosa incertidumbre solo duró doce minutos. El tiempo que necesitó Vall para anotar el decisivo y definitivo 2 a 1 final. La jugada para la historia arrancó desde el área granota, donde Domínguez se hizo con el balón, levantó la cabeza, vio a Wanderley desmarcado y le mandó un pase extraordinario. El brasileño, tras un perfecto control, se la dejó a su vez a Vall en el borde del área y este, con un zapatazo que le salió del alma, batió al portero Betancort para certificar el ascenso y entrar para siempre en la historia del levantinismo.

Este fue el balón (marca NITRAM) con el que se disputó el decisivo partido que dio el ascenso al Levante. Las manos son las de Vall, el autor del mítico segundo gol, que decidió quedárselo al acabar el partido

Pero aun quedó un último momento de sufrimiento. A falta de tres minutos el colegiado señaló un nuevo penalti contra el Levante (en toda la promoción se le pitaron tres a favor al Coruña) pero el delantero Montalvo envió el balón a las nubes y aquello fue el final apoteósico que certificó el ascenso. Un ascenso por el que, por cierto, cada jugador granota cobró la nada despreciable prima de 125.000 pesetas, un dineral en aquellos tiempos.

Tras finalizar el partido se desveló otro hecho que el gran capitán, Vicente Camarasa, había mantenido en secreto a todo el mundo: Afrontó el partido con casi cuarenta grados de fiebre porque, de ninguna de las maneras, estaba dispuesto a perderse el encuentro más importante de su vida. Y con el pitido final, la explosión general de júbilo y la invasión del césped por parte de los espectadores, el gran Camarasa ya no tuvo fuerzas para nada y, medio desmayado, tuvo que ser sacado del campo en volandas. Épica granota en estado puro.

Camarasa sacado en volandas tras el decisivo partido contra el Coruña, que jugó con 40º de fiebre

Y un dato que también habla de la calidad futbolística de los jugadores que disputaron ese partido. Tres años después, cuatro futbolistas presentes aquel día levantaron la Copa de Europa de 1966 vistiendo la camiseta del Real Madrid. Fueron Betancort, Blanco y Veloso por parte del Coruña y Antonio Calpe, evidentemente, por la del Levante.

Apoteósica salida a hombros de Vallejo de los futbolistas granotes tras lograr el ascenso. En primer término el delantero Wanderley

Y para finalizar, otra curiosidad de esta maravillosa foto de aquel día. Sansón, el portero suplente que aparece en el extremo derecho de la imagen, fue el único futbolista de toda la plantilla de aquel año que no jugó ni un solo segundo a lo largo de toda la temporada. Y, sin embargo, quedó inmortalizado para siempre en una de las fotos más legendarias de la historia granota.