Fue algo así como desafiar las leyes de las matemáticas para fundamentar la cuadratura del círculo. Antonio Calpe lo consiguió. En el verano de 1971 algo se estaba cociendo en las oficinas que el Levante tenía en las instalaciones del hoy Ciutat de València. Hacia principios del mes de julio el nombre de Antonio Calpe resonaba con fuerza en los mentideros del levantinismo. Ya no era un secreto que había que preservar apelando al silencio. Tampoco era un delirio de grandeza de Don Manuel Grau Torralba, convertido a la sazón en presidente del histórico Levante. El mandatario tenía una misión de contenido estratosférica. Prácticamente acababa de tomar las riendas de un club que zozobraba en el universo de la Tercera División. Fue una decisión que aceptó a caballo entre la obligación y la ilusión.

El regreso de Calpe quedó formalizado en las jornadas finales de julio. La documentación que custodiamos en el Museo Virtual ofrece pistas relevantes. Su contrato con el Levante, con vigencia para la temporada 1971-1972, está fechado el 30 de agosto de 1971. El mítico Salvador Más Gimeno dejó su rúbrica como testigo de excepción de un escrito que habría que calificar de histórico por su significación. Apenas un mes antes, 30 de julio de 1971, el propio Antonio Calpe había pedido en la Federación Castellana de Fútbol su recalificación como jugador aficionado. Era el punto de inicio de la segunda etapa de Antonio Calpe como jugador vinculado al Levante.

No obstante, las diferencias con respecto al pasado que él había protagonizado en primera persona eran más que evidentes. La caja de caudales seguía en números rojos, pero el feudo de Vallejo ya era un recuerdo del pasado. La vetusta instalación sobre la que se celebró con algarabía el ansiado ascenso a Primera División en junio del 1963 era una evocación de un tiempo que ya no volvería a suceder. En ese espacio donde se fundamentaron los sueños granotas comenzaba a alzarse un complejo de viviendas. La institución blaugrana, desde un prisma social, buscaba una nueva proyección desde el barrio de Orriols en un territorio que había que colonizar.

El principal desafío, desde una perspectiva deportiva, pasaba por abandonar la Tercera División con la mayor celeridad posible. El fichaje de Calpe respondía a ese reto. Es una evidencia que su aterrizaje incrementaba sobremanera el potencial de la plantilla reunida. Pese a las turbias y amenazadoras lesiones que había sufrido durante su postrera etapa como madridista, el ascendente del defensor se mantenía incólume. En el imaginario del levantinismo era una figura sacralizada. Calpe regresaba ungido por los títulos que había conquistado a orillas del Bernabéu.

Pese a las divergencias conceptuales entre el Levante de los sesenta y el club que afrontaba el nacimiento de los setenta persistía el sentimiento de pertenencia que anclaba su cosmos al continente de la entidad que amaba. Quizás esa fuera la única, pero a la vez poderosa razón, que podía explicar el trasvase desde la Castellana en dirección hacia Orriols. Cuando asoman los sentimientos las explicaciones se desvanecen. De la opulencia de la Primera División hacia el tercer peldaño del balompié profesional sin escalafones intermedios.

Calpe desechó ofertas de mayor envergadura y calado para sentir de nuevo lo que significaba ceñirse la elástica azulgrana a su cuerpo. Esa percepción no era novedosa. En una encuesta de Hoja del Lunes típica de final de año le cuestionaron sobre su mejor recuerdo de 1971. No hubo dudas. “Mi regreso al Levante en cuyas filas comencé mi carrera deportiva”. Y un deseo para 1972. No hay titubeos. “Lo que esperamos todos los que formamos el Levante es conseguir el ansiado ascenso a Segunda División” El defensor formó parte del colectivo que participó en el primer partido de pretemporada en Cullera en el marco del Trofeo Bahía de los Naranjos. No obstante, el ejercicio liguero no siguió los cauces establecidos.

El triunfo ante el Onteniente consagró al Levante como líder de la competición liguera en la jornada vigesimosexta, pero fue un liderato efímero. En las siguientes semanas el Levante resbaló para alejarse del ascenso a Segunda. Todo mutó en el curso 1972-1973 con Juncosa en el banquillo. El Levante impuso una velocidad de vértigo desde el mismo alumbramiento del ejercicio. Aquel equipo celebró el ascenso en el hoy Ciutat cuando el rastro del mes de abril todavía no se había difuminado. Restaban cinco partidos para el cierre de la campaña cuando la escuadra blaugrana ratificó su flechazo con la categoría de Plata. Fue el equipo más madrugador del curso en tal sentido.

Antonio Calpe añadía otra hendedura a su currículum. Era el segundo ascenso como levantinista tras la exaltación que supuso la ascensión de junio de 1963 a la elite tras vencer al Coruña. En ese instante de la cronología era el único jugador de la historia del Levante que había defendido el blasón granota en Primera, Segunda y Tercera División. Las cifras aventuran su relevancia como jugador. Su despedida a la finalización del ejercicio 1974-1975 reflejaba su huella en 225 partidos oficiales. Es el octavo futbolista con más partidos oficiales en el ecosistema granota.