Hubo jarana en los prolegómenos de la confrontación. El Levante y el Castilla homenajearon a las fuerzas armadas en la víspera de la cita liguera. Los jugadores de ambos bandos emergieron desde el interior del túnel del vestuario custodiando una enorme bandera española. Las tracas atronaron en el momento en el que los futbolistas granotas anclaban sus botas al césped del Nou Estadi para despedir la competición liguera del curso 1979-1980. Fue un merecido tributo en señal de reconocimiento, y también de gratitud, tras la conquista de la permanencia en la categoría de Plata como consecuencia de la sobresaliente victoria conseguida ante el Deportivo de La Coruña en el feudo de Riazor en la jornada anterior (1-2). Apenas unos minutos antes de la aparición de los jugadores azulgranas por el coliseo blaugrana, la banda de la Cruz Roja había desfilado interpretando marchas de contenido militar. El partido estaba fijado para la tarde del domingo 1 de junio de 1980.
Barrios concitó la atención en el prólogo del enfrentamiento. El contador del atacante canario llegaba a su ocaso después de una prolongada carrera que le permitió recorrer la geografía española desde su Tenerife natal con estancias en el Camp Nou de Barcelona, Rico Pérez de Alicante, Los Cármenes de Granada o Valencia con la defensa de los colores blaugranas durante las campañas 1978-1979 y 1979-1980. El Tigre Barrios colgaba las botas, como advertían las crónicas de los rotativos valencianos, y Pachín le hizo un guiño en los minutos finales para honrar su pasado. Barrios relevó a Floro Garrido para despedirse de los seguidores levantinos desde el epicentro del pasto cuando el partido entonaba ya su final, si bien esta decisión fue reversible en el tiempo. Puede rastrearse la estela del goleador en la temporada siguiente como jugador del Tenerife en el ámbito de la Segunda B. El atacante regresó para poner punto y final donde todo empezó. Fue en junio de 1981 cuando el Tigre Barrios se despidió definitivamente del balompié.
Podía haber sido el típico partido de final de temporada desprovisto de heráldica entre dos equipos con la conciencia acomodada después de consignar los desafíos marcados, pero de repente adquirió una pátina de brillo un tanto inesperada. El envoltorio del partido advertía de esa circunstancia. El choque tenía un aire festivo. Eran dos clubes orillados a la Segunda División, pero el Castilla tenía una cita con la historia en la semana que ya se anunciaba. La escuadra que preparaba Juanjo miraba de reojo el encuentro ante el bloque granota. Había un reto de mayores dimensiones que parecía capitalizar su atención. El Castilla visitó el Ciutat unos días antes de la fratricida final de Copa del Rey ante el Real Madrid. Padre e hijo cara a cara. No había precedentes en tal sentido si se echaba la vista tras. Tampoco los hay si desde esa fecha se escruta hacia adelante.
Los mandatarios blaugranas detectaron que aquel partido podía tener tirón. El envite podía explotarse desde un prisma estrictamente económico. El Castilla había realizado una campaña soberbia, principalmente en el formato de la Copa del Rey. En ese espacio dejó en la cuneta a ilustres clubes de Primera División como Hércules, Real Sociedad, Athletic Club o Sporting de Gijón. Los jóvenes valores de la cantera madridista fueron los grandes animadores del torneo del K.O. Las meygas cuentan que los jugadores del Castilla cobraron más primas por la propulsión copera que por la cuantía de los emolumentos pactados como integrantes del segundo equipo. Cada desafío emprendido en las rondas previas superaba en impronta al anterior. El Castilla, que lideraba desde la medular Gallego, mundialista en las citas de1982 y 1986, apareció agazapado y concluyó ungido con la etiqueta de revelación. Como inquilino de la Segunda División A había cumplido con su cometido tras rondar por la zona más noble de la clasificación. Y el Levante regresaba al Ciutat en paz consigo mismo tras la reparadora victoria obtenida ante el Deportivo de La Coruña. El bloque de Pachín después de un arranque liguero que se caracterizó por la incertidumbre enderezó el timón con premura para eludir el terrible descenso a Segunda B. Su condición de equipo de la categoría de Plata no estaba en entredicho en la convocatoria última del campeonato de la regularidad.
Los argumentos parecían amontonarse para acentuar el partido. Así que los dirigentes fijaron el encuentro como media jornada económica. Había que rascarse el bolsillo. La recaudación del duelo ascendió a más de tres millones de pesetas a pesar de que los militares uniformados accedían al recinto gratis por mor del festejo del Día de las Fuerza Armadas. En el palco de autoridades hubo rostros muy conocidos. Manuel Grau Torralba, presidente de la institución en la primera mitad de los años setenta, siguió el choque desde la zona VIP de la instalación deportiva. Ramos Costa, mandatario del Valencia, cambió de acera para seguir las evoluciones del enfrentamiento. Francisco Aznar, como máximo dirigente del tiempo presente, lideró la representación de notables de la directiva levantinista.
Después de un ejercicio repletó de oscilaciones el colectivo de Pachín afrontó la cita con el poso de confianza que determina la consecución del triunfo absoluto. En esta ocasión no había brumas. Ni tempestades que hubiera que domesticar en noventa minutos infernales. Riazor marcó el desarrollo de los acontecimientos acaecidos. Juanjo, preparador del Castilla, no pareció especular en el coliseo de Orriols. La proximidad de la gran Final no propició una alteración sustancial de los peones congregados. De hecho, diez de los once jugadores que dispuso en el campo repitieron en el feudo de Chamartín en el duelo por el título copero. No obstante, el Castilla estuvo más comedido que de costumbre quizás en un intento instintivo por economizar y administrar esfuerzos.
Antoñito sacudió con fuerza la portería defendida por Agustín. El futbolista cedido por el Sevilla reivindicó su figura en un ejercicio excelso desde un prisma personal. Su melena ensortijada brilló con la elástica azulgrana. Nunca jamás volvió a acercarse a los guarimos marcados. Los treinta partidos de Liga, que trufó con la suma de ocho goles, resaltan su cotización dentro del ecosistema del equipo liderado por Pachín. Fue un jugador pujante. Eulate y Antoñito se asociaron para dibujar los goles azulgranas. En cada una de las partes Antoñito dejó su impronta. El Levante se despidió de sus correligionarios con una victoria reconfortante. La masa social blaugrana había palidecido en distintas fases de la competición, pero no llegó a desencajarse.
“Bebe Castilla contra Papa Real Madrid”, “final blanquísima” o “el Bernabéu será una explosión de madridismo” fueron algunos de los titulares escogidos en la previa de un duelo recordado. “Se achicó el Castilla” o “infanticidio” acentuaron los distintos medios de comunicación en la jornada posterior. El Real Madrid no mostró ninguna señal de piedad ante su equipo satélite 6-1. La goleada estableció los límites entre cada una de las representaciones. Desde un prisma histórico, el Castilla fue el cuarto equipo de la Segunda División que adornó su expediente con la condición de finalista del torneo de la Copa del Rey desde sus orígenes. El Castilla siguió los pasos de Betis, Sabadell y Racing de Ferrol. Como había sucedido en los precedentes anteriores el triunfo, y por ende, la consecución del título se escurrió.