Camilo Sesto, Los Diablos y Fórmula V competían por la canción del verano, una especie de Santo Grial popular que elevaba a la categoría de deidad a su detentor. Las emisoras de radio repetían en bucle ‘Algo de mí’ del cantante alcoyano, ‘¡oh, oh July!’ del grupo catalán o ‘Vacaciones de verano’ de los Fórmula. La lucha era encarnizada en el período estival de 1972 en materia musical. No había tregua en la búsqueda de un título honorífico que reportaba reconocimiento y consideración, amén de un jugoso plus económico. A finales de julio el Levante presentó en los medios de comunicación la primera edición del Trofeo Costa de Valencia. Los veranos de los años setenta no eran veranos si no estaban marcados por los estribillos pegadizos y por los torneos estivales.
Manuel Grau Torralba fue el ideólogo de esta iniciativa que trataba de poner en el mapa de los torneos veraniegos que se disputaban en territorio peninsular a la sociedad granota. La mente pensante del mandatario no cesaba en su empeño de dimensionar a la institución que representaba desde que aceptó la vara de mando en marzo de 1971. Hubo una época en la que los trofeos veraniegos escenificaban el nacimiento de la competición oficial. Agosto era el mes por excelencia para su materialización. Las ciudades, y sus más activas representaciones futbolísticas, pujaban por conseguir la excelencia. A veces, era cuestión de honor. Algunos trofeos habían adquirido empaque y relevancia desde los años sesenta. Su reconocimiento era incuestionable.
En ese contexto se inserta el proyecto de Grau Torralba. “Ese I Trofeo Costa de Valencia constituye un extraordinario y encomiable esfuerzo de la directiva levantinista, una iniciativa de ese presidente audaz, valiente y entusiasta que es Manuel Grau Torralba, que se ha propuesto llevar al club a metas muy altas”, advertía la Hoja del Lunes en su edición del 31 de julio de 1972. Todo estaba pautado en la ambiciosa mente del jerarca. Grau Torralba contaba con el veredicto del consistorio tras involucrar al Ayuntamiento de Valencia en el proyecto. La elección de la denominación, Trofeo Costa de Valencia, no era circunstancial y establecía dos fines entrelazados; la promoción de las playas de la costa valenciana y circunscribir el nombre del Levante al entorno de la ciudad de Valencia. Ese último fue un aspecto perseguido por el dirigente desde su conversión en presidente del club de Orriols durante el desarrollo de la campaña 1970-1971. Ese pensamiento guiaría sus pasos hasta su definitivo adiós en 1976.
La cúpula granota no escatimó esfuerzos en la materialización del certamen. En su estrenó concertó la participación de Nacional de Montevideo y Rapid de Bucarest, “dos famosos del fútbol mundial”, como calificó la Hoja del Lunes a los adversarios a los que opondría resistencia un Levante convertido en aspirante al regreso a la categoría de Plata desde el averno de la Tercera División. Nacional inició en la ciudad del Turia un tour que recorrería los cuatro puntos cardinales de la Península en un mes de agosto frenético.
Nacional de Montevideo y Levante alzaron el telón el 4 de agosto. Una jornada más tarde la escuadra uruguaya mediría sus fuerzas al Rapid de Bucarest. El Levante y el once rumano cerrarían el evento el seis de agosto. Todas las confrontaciones estaban programadas para las 10:30 horas en el hoy Ciutat. La Banda de Pífanos de la Guardia Municipal de Valencia amenizaría los intermedios de cada velada. Las directrices marcadas encumbraban al equipo que más puntos obtuviera en los dos partidos disputados. No obstante, en caso de igualdad imperaría la fórmula del gol-average. Si persistía la igualada habría que sortear el nombre del vencedor. Los árbitros pertenecerían al colegio valenciano.
Aquel Levante había mutado su piel. No había más desafío sobre el horizonte que abandonar el desfiladero de la Tercera División. “El Levante se ha reforzado considerablemente, hasta el punto de afirmarse como un cuadro con categoría de Segunda División, que militará en Tercera, buscando el salto”, advertía Hoja del Lunes. No era una afirmación gratuita. Al feudo de Orriols llegaron futbolistas con pasado muy cercano en el ecosistema de la elite. Galán y Martínez desembarcaron desde el Espanyol (Español por entonces). Mas arribó desde el Pontevedra. Ormaza permutó Ceuta por Valencia tras formarse en las filas del Athletic Club. Juano, Benavent, Terol, Calvo, Montesinos o Portalés componían la nómina de jóvenes valores con denominación de origen valenciano.
No obstante, el fichaje estelar para el curso 1972-1973 fue Tatono. El defensor cambió el escudo del Valencia por el blasón azulgrana. Junto a Antonio Calpe convertirían la defensa blaugrana en un fortín inexpugnable para sus oponentes. Juncosa fue el elegido para la dirección técnica de un bloque marcado por la solvencia. Persistían jugadores como Mut, Calpe o Segura. En perspectiva, quizás el éxito radicó en soldar la juventud con la veteranía. Tatono fue una de las atracciones de la primera edición del Costa de Valencia. Fue una contratación que ilusionó al levantinismo militante. Había interés por calibrar su estado físico.
El Levante saltó al verde el 4 de agosto para medir la consistencia de su proyecto ante un adversario de calado. El campeón uruguayo no era un rival diminuto. Al título liguero unía la condición de campeón Intercontinental tras el enfrentamiento disputado ante Panathinaikos por renuncia explícita del Ajax. Su once estaba trufado de internacionales con infinidad de horas de vuelo. Su fútbol aunaba la garra y la técnica que caracterizaba al balompié sudamericano. A Nacional le salió un duro competidor en el interior del campo. En ocasiones, las diferencias quedan minimizadas cuando el balón comienza a rodar. Nadie se dejó deslumbrar por la pátina de brillo del contrincante.
Desprovisto de cualquier complejo de inferioridad, el Levante fue arrinconando a su opositor hasta tumbarlo (2-1) con dianas de Terol y Juano. El Levante peleó como un gigante. La actuación granota fue meritoria ante un coloso del fútbol internacional. El optimismo ante semejante demostración de poderío embriagó a los aficionados granotas. Todos esos indicativos, que acentuaron el valor del grupo que lideraba Juncosa, quedaron reforzados en el inmediato duelo ante Rapid de Bucarest (1-0). Segura concedió el triunfo ante los vigentes campeones de la Copa de Rumanía. La escuadra granota destiló conjunción. “El Levante volvió a brindar otra excelente actuación. Se ha venido mostrando como un buen conjunto compenetrado, eficaz, con soltura y una unidad de juego que no suele verse en los primeros choques de la temporada, sobre todo si se ha variado tanto el conjunto como hizo el Levante”, cumplimentó Hoja del Lunes el 7 de agosto.
“Se presentó el Levante como un equipo entonado, fuerte que juega y al que se le ve con posibilidades de materializar eso tan difícil hoy en día del gol”, proseguía el semanario. La respuesta de Tatono convenció al respetable. “La presencia de Tatono, recibido con gran entusiasmo por el público azulgrana, le da prestancia y parece encajar bien con el juego Calpe con su veteranía y Miñes y Rodri”, relató Hoja del Lunes. “El principio mostrado por el Levante es prometedor. No es el momento aún de echar las campanas al vuelo, pero si actuaciones como la del pasado viernes y la de anoche, van a entrar en los normal de este Levante, no cabe duda de que es capaz de realizar una gran campaña” concluyó a modo de epílogo Hoja del Lunes. Los dos triunfos coronaron al Levante campeón del primer Trofeo Costa de Valencia. La Copa se quedó en el barrio de Orriols. Salvador Mut fue el encargado de recoger el trofeo ante la mirada feliz de Grau Torralba. Quizás fue un presagio de buena esperanza. Unos meses más tarde aquel bloque coronó la empinada ascensión hacia la categoría de Plata después de una dura travesía por la Tercera División.