“Sobresaliente. Jugó muy bien, sereno, con dominio. Siempre al balón y sin alterarse. El penalti lo ejecutó con suavidad de veterano”. Calpe se mostró especialmente afilado en el duelo que enfrentó al Levante y al Mestalla sobre el suelo de Vallejo. La calificación personalizada del Diario Deportes parece corroborar su ascendencia en el desarrollo de los acontecimientos. Pese a su juventud, y pese a su condición de neófito, se comportó sobre el verde como si conociera el oficio en profundidad. Hay que consignar que el defensor debutó ese ejercicio liguero en el cosmos de la categoría de Plata tras el compromiso adquirido con el club que presidía Eduardo Clerigues durante el periodo estival de 1962. Y lo hizo desterrando las dudas. Fue una constante desde que se ciñó la elástica azulgrana en los choques de preparación de la pretemporada. Definitivamente Calpe conocía su oficio.

La victoria no fue esquiva al Levante (4-2) y Calpe trufó su enorme actuación con la asunción del gol. Aquel domingo de noviembre estrenó su condición de goleador como jugador levantinista. Quizás la naturaleza del partido alteró sus constantes vitales. Y también acrecentó cada una de sus emociones. Quizás observar al otro lado del terreno de juego la camiseta blanca del Mestalla potenciara sus sentidos. Quizás Calpe tuviera alguna deuda que solventar. En realidad, aquel partido formaba parte de su ADN como granota. Era una especie de trasmisión que había heredado vía paterna. Calpe creció al calor de las historias que le había contado su padre, el legendario y mítico Ernesto Calpe. Entre esos relatos había espacio para los encuentros y también para los desencuentros entre la sociedad de Mestalla y el Levante, principalmente en el ámbito del campeonato Regional de la Valencia de los años treinta. Un miembro de la saga de los Calpe retomaba el testigo de aquellos partidos pasionales varias décadas después. Antonio decidió dejar impregnado su sello con la consecución de la tercera diana.

Lo cierto es que la prensa valenciana presentó la cita como un derbi en toda regla entre dos adversarios vinculados al imaginario deportivo de la ciudad. “Hubo tomate en la cancha y en los graderíos”, resaltó Deportes. “Buen tiempo. Lleno casi completo y en los graderíos el clima tradicional de este tipo de encuentros. Campo en magníficas condiciones”, apostilló el rotativo deportivo. El filial rendía visita al coliseo de la calle de Alboraya en confrontación vinculada a la Segunda División. Era la jornada novena. En el duelo convergían rivales con estados anímicos antagónicos. El Mestalla no había conjugado con el triunfo y se movía por los bajos fondos de la clasificación. El Levante ocupaba las antípodas en la tabla. No perdía de vista la estela del Murcia, líder en ese momento con 13 puntos.

Torrents apeló a ese oportunismo innato que caracteriza a los killers del área para anestesiar al filial con dos goles cuando el primer acto todavía no se había consumido. El paso por los vestuarios dinamizó al Mestalla. La lesión del meta Rodri generó un principio de incertidumbre que el filial no fue capaz de aprovechar en su beneficio, pese a recortar las diferencias en el marcador al filo de la hoja de juego. El feudo de Vallejo acogió el gol de Cabello con inquietud. El partido podía virar. No obstante, sin solución de continuidad Areta engulló a Torrents en el interior del área. Calpe asumió la pena máxima.

El lateral se encaminó hacia el punto fatídico con parsimonia y cogió el balón. Su mirada destilaba serenidad y sosiego. Calpe podía ser tan frío como el hielo del ártico. Nada parecía generarle dudas. Era un tipo decidido y corajudo. Calpe era un defensor avanzado a su tiempo. La principal diferencia con el resto de sus compañeros de funciones estribaba en su innegable clase para salir con el balón controlado desde la cueva. Y sus funciones no se limitaban exclusivamente a las tareas eminentemente defensivas. La banda podía convertirse en un firmamento multidisciplinar. Calpe podía cerrar espacios y crear nuevas vías de acceso hacia la portería contraria. No era común en aquellos tiempos. Quizás por esa razón no sorprendió que lanzara el penalti. El lateral retó a Valero desde los once metros. Esperó con paciencia de franciscano a que el arquero se venciera hacia un costado para cambiar la dirección del balón. El gol aclaró el choque, pero no significó la cancela definitiva. La sospecha emergió de nuevo ante el gol de Totó (3-2), si bien Vall recompuso la situación tras finiquitar una extraordinaria acción de Serafín.