Hay partidos que se plantean desde la misma necesidad. Y hay partidos que permitan dar un golpe de contundencia sobre la mesa en virtud del marcador y de las prestaciones conseguidas sobre el interior del verde. Es una especie de aviso para navegantes por todo lo acontecido. El Betis, la Real Sociedad, Hércules o Cartagena seguro que siguieron el rastro del duelo que enfrentó al Girona y al Levante sobre el césped del Estadio Montilivi y seguro que sintieron que aquel Levante iba muy en serio. Su conversión en candidato al ascenso a Primera División quizás necesitaba una noche tal como la acontecida en Girona (0-4). Fue una victoria sin paliativos; una victoria de primera en un choque coral. A veces lo que parece imposible se convierte en una realidad. Aquel choque se disputó el viernes 16 de abril de 2010.

El encuentro estrenaba la jornada liguera en el marco de la categoría de Plata. Inaugurar el ciclo de partidos, en ocasiones, puede generar una sensación de estremecimiento sobre el resto de los clubes con los que te estás jugando los desafíos. Los jugadores del Levante mostraron su versión más desbocada en tierras catalanas. El grupo que lideraba desde el banquillo Luis García Plaza fue despiadado ante un rival que capituló desde el arranque de la confrontación. El colectivo azulgrana no erró y envió un recado a cada uno de sus adversarios. Un Levante en estado salvaje engulló al Girona.

La lucha era un componente innegociable en la batalla por el ascenso. Nadie estaba dispuesto a escatimar un gramo de esfuerzo. Fue una noche repleta de noticias positivas desde un prisma deportivo, pero también espiritual. Apenas si hubo atisbo de debate alguno sobre el rectángulo de juego. Tal fue la ferocidad empleada por las huestes granotas. Los jugadores del Levante regresaron a Valencia más felices que unas pascuas embriagados por los efectos de una victoria que les catapultó hasta la segunda posición en la clasificación general. Lo de más felices que unas pascuas no es una afirmación gratuita. La confrontación coincidió con el desarrollo de la fiesta pascuera. Aquel Levante había decidido resucitar desde que conjugara con el triunfo ante el Betis en el Ciutat en las jornadas finales del mes de enero de 2010 (1-0). El Levante del centenario no iba de farol. No era un equipo sin enjundia. Los dígitos acumulados desde el amanecer de 2010 eran elocuentes de la metamorfosis emprendida. La escalada en la tabla era el paradigma de esa veloz recuperación.

La secuencia estuvo marcada por los antagonismos. Quizás el Levante tocó fondo tras la derrota ante el Cartagena de Juan Ignacio Martínez en los días inmediatos a la Navidad. De mirar hacia el abismo de la Segunda División B hasta emerger para proyectarse en dirección hacia la Primera División. La palabra ascenso dejó de ser un tabú a partir de ese instante. “Estoy muy orgulloso de mis jugadores. Quiero felicitarles de verdad. Los calificativos para 2010 se acaban. Llevamos unos números increíbles”, lanzó Luis García nada más acomodarse en la sala de prensa del coliseo gironí. Su equipo había advertido de sus intenciones cuando la Liga iniciaba la cuenta atrás que marca la disputa de las diez jornadas finales. Lo había hecho con firmeza y con decisión. Mostrando todas sus virtudes. Quizás había algo mucho más sólido que la glacial estadística. Aquel equipo se dejaba el alma en cada segundo. Literal. Era un colectivo comprometido en el esfuerzo. El grupo destilaba unión y sobre todo camaradería. Era un bloque de signo corporativo. Primaba la comunidad sobre los personalismos, aunque había espacio para la individualidad.

Rubén se manifestó para ejercer un delicioso control con la espuela de su bota izquierda. El balón le quedó botando en el interior del área. El gol se anunciaba. Fue el principio del fin del meta Jorquera y, por extensión, del Girona. El hijo de Cundi firmó la diana más extraordinario del encuentro por su calidad en la elaboración y en la ejecución. Visto con la perspectiva que marca el tiempo, aquel Levante acostumbraba a ganar los enfrentamientos mucho antes de llegar a los estadios. Los partidos, en realidad, comenzaban en los trayectos entre los hoteles y los campos. El grupo mostraba su fortaleza y su cohesión con canticos y mensajes de ánimo que solo cesaban cuando el autobús llegaba a su destino. Aquello más que la disputa de un partido parecía la antesala de una fiesta o quizás cabría pensar que cada partido se convertía en una auténtica fiesta para un grupo de jugadores ávidos de emociones fuertes.

En aquella plantilla había futbolistas que sentían que el Levante les ofrecía una oportunidad para redimirse después de experiencias complicadas en el ecosistema del fútbol. El autocar se estremecía ante las sacudidas y la agitación de un grupo que sabía que estaba ante un momento histórico. “Tenemos que dejarnos la piel en los diez encuentros que nos quedan”, afirmó Juanlu un par de días antes de la cita liguera. “Vamos a Girona a ganar. La euforia está controlada. Lo que tienen los jugadores es mucha ilusión y muchas ganas”, pronunció Luis García en la víspera del duelo. El técnico siguió las directrices del envite desde la grada por acumulación de cartulinas amarillas. Pedro Rostoll ejerció de entrenador en Montilivi. “El Levante fue superior desde el calentamiento”, decía la prensa nacional.

En apenas dos minutos Xisco ya se había citado con Jorquera. Rubén aumentó las distancias en el marcador ya en la reanudación. Era su décimo gol de la temporada y lo logró tras cabecear un centro medido de Juanlu. Que uno de los jugadores con menos centímetros del plantel anotara de cabeza significaba que aquel Levante estaba bendecido por los dioses. Xisco Muñoz y Juanlu redondearon un triunfo vital en la carrera por el retorno a la Primera División en los minutos últimos de la confrontación. Lo dicho: Hay partidos grandes y partidos mayúsculos. Y hay partidos que refuerzan la mente de los jugadores y aficionados. El triunfo en Montilivi desató la euforia entre los estamentos azulgranas.