“Yo fui el listillo de turno que guardó la pelota”, precisó Vall hace ya unos años en el documental ‘El Dia que el Gat pujà a la palmera’ emitido por la extinta RTVV. Quizás el atacante tuvo dos revelaciones entrelazadas en el tiempo con el esférico como estelar protagonista.

Por una parte, protegió casi con su vida el balón de una cita legendaria que supuso el desembarco del Levante en el universo de máxima categoría del fútbol español por vez primera en la historia levantinista. Aquello aconteció en la tarde mágica del dos de junio de 1963 sobre el césped del feudo de Vallejo ante una caterva de aficionados azulgranas invadidos por el éxtasis.

El Levante acababa de someter al Deportivo de la Coruña en la confrontación de vuelta de la tensa eliminatoria ascenso/descenso a la elite (2-1). Vall alcanzó el vestuario prácticamente desnudo y desarmado emocionalmente por todo lo vivido sobre el campo, aunque abrazado con profusión a un balón que simbolizaba mucho más que una simple victoria. Vall y aquel balón fueron uno durante los fastos por el ascenso consumado. Lo defendió con ahínco ante las miradas furtivas. Era un bien preciado. El jugador aprisionó el cuero entre sus brazos con decisión.

Mucho más tarde, quizás ya con la confrontación formando parte de los recuerdos sucedidos, soñó con la posibilidad de que aquel balón, que durante tanto tiempo había custodiado con celo y cuidado, como si se tratara de una santa reliquia, descansara en el actual Ciutat de Valencia en un emplazamiento de consideración y con distinción conformando la memoria y también el patrimonio del levantinismo.

En infinidad de ocasiones hizo público este pensamiento. “Este balón debería estar en el estadio para que todos los aficionados lo pueden contemplar”. Era un deseo, pero también una convicción. En su mente siempre estuvo muy presente la entidad. De hecho, siempre fue partidario de compartir con la institución y el levantinismo militante el balón del ascenso. Vall siempre se sintió muy cerca del Levante. Fue una entidad que caló en su corazón.

Mucho cuidado; en ocasiones los sueños se cumplen. Quizás sea el caso.

Los objetos que componen esta vitrina, que está alojada en el corazón del Palco VIP del Estadio Ciutat de Valencia, cuentan una historia deportiva, pero también evocan una ambición personal de uno de los jugadores capitales en la consecución del ascenso. Vall quería compartir ese pedazo de la historia granota con todos los seguidores azulgrana. Él formó parte de aquella epopeya. Protagonizó aquel enfrentamiento desde la raíz del verde y dejó su estela en forma de gol. Incluso participó en el penalti que supuso la diana de Serafín, pero a la vez tuvo una visión de futuro innegable para legar una especie de ídolo.

En el presente el recuerdo de un partido que forma parte del corazón del Levante está dónde Vall siempre sonó que debería estar.

Junto al balón se acomodan unas botas que recuerdan la primera etapa de Vall como futbolista. Coinciden en el tiempo con su estancia en la institución de Vallejo. Las botas son el reflejo de un período pasado. Los borceguís están hechos a medida. Todavía no aparece el influjo de las marcas comerciales. El riguroso negro concede a las botas una pátina de nostalgia.

La conversión de Vall en jugador levantinista se produjo en el verano de 1960. El atacante y el club blaugrana unieron sus caminos durante cuatro temporadas. A la misma conclusión del ejercicio 1963-1964, con la permanencia del Levante en la elite ya atada, y justo antes de la aventura que significaba la Copa del Generalísmo, la sociedad que presidía Clerigues y el Espanyol alcanzaron un acuerdo para trasladar a Vall al campo de Sarrià. Su ficha técnica como integrante de la primera plantilla granota y una citación con la Selección Española componen la documentación reunida.

La ansiada donación se ha consumado en el presente. La familia Vall-Barreda ha decidido ceder el balón del ascenso y unas botas que calzó durante su estancia en las filas de la institución granota.