A la altura de noviembre de 1973 Fernando Zunzunegui mantenía intacta su aurea como futbolista profesional. Su prestigio seguía intacto, a pesar de que su ascendente sobre el interior del verde había menguado por mor de su escasa actividad en las filas del Real Madrid. Zunzunegui era un jugador cotizado y seguido por las secretarías técnicas de diferentes clubes de las dos principales categorías del balompié español. No necesitaba excesivas presentaciones después de cumplimentar nueve temporadas al frente de la sociedad madridista donde adquirió rango y una consideración que proyectó con títulos y reconocimientos. El defensa ejercía una innegable atracción en el mercado de las transacciones futbolísticas. El Real Racing Club de Santander, Castellón, Murcia y Real Club Celta, todas entidades situadas en el contexto de la Primera División, sondearon al futbolista.
El Sevilla, un ilustre de la máxima división, que se batía en busca de tiempos mejores en la categoría de Plata, tenía su nombre subrayado en rojo en su agenda para reforzar a la institución de Nervión. Sin embargo, Zunzunegui decidió comprometerse con el Levante, una entidad que trataba de encontrar su registro en Segunda División después de ascender desde Tercera División la temporada anterior. A la vista de las proposiciones manejadas había más pedigrí en otras propuestas que llegaban desde distintos puntos cardinales de la Península Ibérica, pero Fernando Zunzunegui aceptó el reto y las condiciones presentadas por Grau Torralba y viajó a Valencia para ponerse a las órdenes de Héctor Núñez. Para un bloque instalado en la zona más belicosa de la clasificación, únicamente tenía primacía el término salvación como paso previo para pensar en cotas con mayor enjundia en las temporadas venideras.
En este punto entra en liza una nueva variable fundamental para entender la decisión del jugador gallego: Antonio Calpe. El veterano futbolista, con su piel endurecida tras una extensa carrera a sus espaldas entre el Levante y el Real Madrid recibió una consigna por parte de los mandatarios azulgranas. Su cometido consistía en desplazarse a Madrid y ejercer de heraldo de las intenciones azulgranas. Es decir; Calpe tenía como principal quehacer establecer una primera toma de contacto con el futbolista. El lateral derecho estaba facultado para acometer este desafío. Era amigo personal de Zunzunegui tras la estancia conjunta que habían compartido en la sociedad presidida por Santiago Bernabéu.
Había química entre ambos. Y su amistad era sincera. Inclusive habían compartido piso y andanzas por la capital de España. Así que Calpe hizo las maletas y se presentó en Madrid dispuesto a seducir a Fernando Zunzunegui. Y su persuasión estuvo repleta de argumentaciones convincentes. Calpe cumplió con su principal cometido y se retiró en un segundo plano. Era el momento de Grau Torralba. El jerarca dirigió personalmente el cambio de camiseta del defensa junto a Antonio Calderón, gerente del Real Madrid. “El Real Madrid no ha hecho ningún negocio con este traspaso. El club se ha sacrificado, en este caso, por el propio jugador. Y por eso hemos pensado principalmente en él. Le hemos proporcionado el favor de que pueda jugar cada domingo”, declaró el directivo madridista tras la conversión de Zunzunegui en jugador granota.