En el vademécum particular de Preciado como entrenador existía una máxima cuando se trataba de saltar al verde con la finalidad de ejercitarse en las sesiones cotidianas de entrenamiento; las espinilleras eran tan básicas y fundamentales como obligatorias su uso en las jornadas de confrontación. Las espinilleras se convertían en un complemento imprescindible en el atuendo normal de los jugadores en el día a día. Y los integrantes de la primera plantilla de la escuadra azulgrana no tardaron en exceso en comprobar las consecuencias de esta particular medida. Fue en los albores de la pretemporada cuando las ilusiones anteceden a las realidades y convierten ese marcado eje de la cronología en un espacio con licencia para materializar los sueños.

El calor metálico y pegajoso del mes de julio valenciano ajusticiaba. El preparador cántabro se reunió con los integrantes de la plantilla para establecer las coordenadas estructurales del periodo de formación que se avecinaba antes del estreno liguero ante el Rayo Vallecano. El grupo se reunió en el gimnasio del Hotel Olympia de Alboraya. Era la primera sesión del verano. La última consigna fue diáfana en su concreción. “Y chicos recordad que todos los entrenamientos se efectúan con las espinilleras”, exclamó la voz profunda y ronca que identificaba a Manuel Preciado. Y matizó a modo de conclusión enfatizando cada una las palabras; “y son obligatorias”. Es muy posible que los jugadores se miraran extrañados entre sí. Hay medidas que provocan estupor.

Nadie recordaba una iniciativa de tal calado en sus anteriores experiencias. Y en el colectivo congregado aparecían futbolistas que ya le habían dado al menos dos vueltas a su particular cuentakilómetros futbolístico. De hecho los arqueros de aquel plantel, Mora y Aizpurúa, nunca habían saltado al campo para ejercitarse de tal guisa. De ahí la reacción del preparador. “Se juega en los partidos como se entrena en cada entrenamiento”. Y si algún componente acentuaba el particular libro de estilo de Manuel Preciado de las sesiones preparatorias era la intensidad. Ese aspecto parecía innegociable.

El técnico de Astilleros trataba de conseguir en cada uno de los entrenamientos la escenografía real que, a posteriori, el bloque iba a encontrar en las confrontaciones adscritas a la competición oficial. Sobre el verde nacían problemas que había que desenredar y automatismos que era necesario automatizar. Por esa razón las espinilleras se convertían en un elemento común en el paisaje de las sesiones preparatorias. Y consustancial a la adopción de esta medida fue la búsqueda, por parte de los jugadores, es una evidencia, de la  fórmula magistral para mitigar sus efectos. Las espinilleras han sufrido un notable cambio en los tiempos más recientes. Desde los materiales empleados hasta su extensión y longitud.

Todo ha mutado radicalmente. Ahora se hacen a medida y se personalizan con imágenes o fotos, pero hace una década eran más pesadas y— muy rígidas. Iban abrochadas al tobillo e inclusive se introducían por la parte delantera del pie y contaban con una especie de talonera ajustable. Y no eran especialmente cómodas. Así que los guardametas, por citar un claro ejemplo, se acostumbraron a entrenar con pantalón largo. No es que siguieran una moda que impuso en los años ochenta N’Kono resguardando el arco del Espanyol. Y tampoco era por un mayor confort. Ni por preservar las piernas de las caídas propias de su especialidad. La explicación era mucho más mundana. El pantalón largo permitía romper las normas establecidas por el preparador y obviar las molestas espinilleras sin que hubiera castigo. ¿Y los futbolistas? Las tretas alcanzaron a los jugadores de campo. Algunos se fabricaron unas mini espinilleras con la evidente finalidad de pasar el expediente, si bien la mayoría siguió los designios establecidos por Preciado.