En los primeros años sesenta Daniel Pérez Marco era un hombre de profundas convicciones levantinistas. Era un experimentado y avezado seguidor granota. Y hacía gala de un optimismo desmesurado con efectos contagiosos. En ese punto del relato histórico podríamos advertir que era un tipo unido sentimentalmente al Levante y optimista por naturaleza. En el imaginario blaugrana estos dos supuestos, en ocasiones, resultan refractarios, pero en este caso tan particular son ideas fundamentales que permiten definir su concepción como simpatizante de la causa azulgrana. En los albores de los sesenta no había sospechas sobre su dilatada militancia. El tiempo avalaba esta estrecha y profunda entente. Pérez Marco creció y maduró como gimnastiquista. Tras la Guerra Civil sufrió en sus carnes el proceso de reconversión que provocó el nacimiento de la UDLG y la transformación definitiva en Levante UD en junio de 1941. Nunca abjuro de su fe. Fue una norma inquebrantable. El Gimnástico, la UDLG y el Levante UD fueron elementos consustanciales a su vida.

De ese talante optimismo que siempre le caracterizó tampoco había dudas. La intrahistoria que esconde esta bandera que ondeó al ritmo de los goles marcados por Serafín y Vall en el feudo de Vallejo en una tarde mágica se convierte en todo un paradigma. Su nieto Daniel Pérez Sáez da un paso al frente para envolver el pasado con el presente con el fin de confirmar esta tesis. “Cuando llega el famoso año del ascenso yo no sé la sensación que tendría mi abuelo, pero lo cierto es que hizo esta bandera mucho antes de la consecución del ascenso en junio de 1963. Sus hijos, es decir, mi padre y mi tío, me confirman que bordó la bandera mucho antes de que el ascenso fuera una realidad. Yo pensaba que esa bandera era posterior al ascenso, pero no. Desde mitad de aquella temporada mi abuelo iba a los partidos de Vallejo con esa bandera. La había preparado con anterioridad porque seguramente confiaba en ascender. Mi abuelo anhelaba durante toda su vida ese ascenso. Para él debió ser el éxtasis total”, atestigua con un orgullo indisimulado.

No sabemos con certeza la causa que guio esta acción. Quizás Daniel Pérez Marco tuviera una visión fascinante en uno de esos viajes que realizaba desde la estación de Godella al campo de Vallejo en el desaparecido trenet que enlazaba con la estación del Pont de Fusta en las jornadas de fútbol. Quizás los años de filiación a la causa azulgrana le permitieran percibir los acontecimientos futuros con una claridad meridiana. O quizás compartiera ese sueño del ansiado ascenso con sus correligionarios en las improvisadas tertulias que se organizaban en las previas a los enfrentamientos ligueros en las proximidades de Vallejo. Posiblemente aquel equipo de futbolistas comprometidos oliera a epopeya. Y de las grandes, sobre todo tras despegar en la clasificación en la segunda vuelta de la competición. Lo cierto es que Daniel Pérez actuó con diligencia como hacía cuando abordaba alguna operación relacionada con el Levante. “Fue a la plaza de la Merced y no sé decir cuál fue el comercio, pero encargó la bandera con el bordado que señalaba temporada 1962-1963”.

Nuestro protagonista no sabía el calado que iba a tener esa decisión adoptada. Estaba realizando un pacto con el calendario para perpetuarse a través de una cita legendaria en la historia de la institución granota. No es una afirmación desmesurada. Hay una imagen realmente icónica vinculada al legendario ascenso a Primera División que muestra a un aficionado granota con el rostro henchido de orgullo ondeando una bandera con los colores azulgranas.

Podemos reconocer a Daniel Pérez agitando al viento la bandera.

La euforia y la pasión que transmite es manifiesta. El Levante había conseguido atravesar el pórtico de acceso a la máxima categoría tras doblegar al Deportivo de La Coruña en el partido decisivo de promoción (2-1). Daniel Pérez Marco es un hombre inmensamente dichoso. La foto es el arquetipo de la felicidad más extrema. No hay más que observar el rictus que dibuja su rostro para reconocer ese estado de ánimo caracterizado por la buenaventura y por la esperanza. La instantánea permite reconocer el fondo de Vallejo que servía de acomodo al viejo marcador de la instalación de la calle de Alboraya. Daniel Pérez Marco transpira y transmite levantinismo en una jornada mítica.

Hay otra imagen representativa de aquel hito deportivo. Sucedió a la conclusión del partido cuando los aficionados asaltaron el césped de Vallejo para agasajar a sus héroes. De nuevo la bandera cobra relevancia. En este caso, es difícil no fijar la atención sobre este emblema. Parece alcanzar el cielo de Vallejo planeando sobre las cabezas de los aficionados blaugranas. Uno de los aspectos más llamativos es la enorme dimensión de su asta. “Yo creo que quería hacer la bandera más grande”, sostiene con una sonrisa su nieto. La cuestión es inmediata: ¿porqué era tan esbelta y sobresalía sobre el resto? Hay una explicación mundana que aclara esta especie de enigma. La clave está en un mástil que parecía retar al firmamento. “Tenía facilidad para conseguir esos palos tan largos por su profesión de panadero. Ellos tenían palas de 2’5, 3’5 y hasta 4 metros para ornear el pan. Para él era muy fácil porque disponía de esos palos. Yo creo que quería demostrar su amor por el Levante de la manera más grande. Si necesitaba un palo de cuatro metros pues cogía un palo de cuatro metros. Lo que hiciera falta por su Levante”.

Quizás de manera insospechada adquirió la eternidad. Esas imágenes permiten ilustrar aquel legendario ascenso. Es recurrente volver a ellas para recordar e inmortalizar aquel hecho histórico. “Para nosotros es un orgullo que en la mayoría de historias del Levante aparezca mi abuelo”. De hecho, en la exposición conmemorativa del 110 aniversario forma parte del álbum de fotografías. Asido a esa bandera, Daniel Pérez disfrutó de la experiencia que significó para la sociedad irrumpir en el ámbito de la máxima categoría. En ese sentido, extrajo hasta el tuétano de aquella corta estancia en la elite. El fútbol es una buena excusa para conocer todos los rincones de la Península Ibérica. “El primer año del Levante en Primera División mi abuelo viaja al Bernabéu, al viejo San Mamés, al Metropolitano… Se recorrió toda España con el Levante. Me contaba el recibimiento que le hacían por entonces. Nada que ver con lo que sucede ahora. Te presentabas con una bandera rival y te invitaban a comer, te enseñaban el campo, te trataban muy bien. Era una convivencia muy diferente”. Hay anécdotas desternillantes. “Me contaba que fue a Barcelona y se le rompió el coche por el camino. Tuvo que hacer auto-stop para llegar a Barcelona, pero él fue y vio al Levante. Esa bandera siempre iba con él en los desplazamientos. Era una manera de hacer turismo por España si te gustaba el fútbol”. Su nieto lo tiene claro. “Esta bandera simboliza la época más feliz del Levante en Primera División”.

Y llegados a este punto. ¿Cómo se forja esa identidad? ¿Cómo fue el proceso que marca su condición de levantinista? Hay que viajar a la Valencia de principios del siglo XX. Daniel Pérez nació en 1910 en el barrio del Carmen. El fútbol, una disciplina nueva que procedía de Inglaterra y que se había introducido en la ciudad a través del Puerto, comenzaba a expandirse por la ciudad. En ese ámbito de acción, el corazón del Carmen, el ascendente del Patronato de la Juventud Obrera del Padre Basté sobre los jóvenes ejerce de amalgama. “Mi abuelo comenzó a practicar un deporte que se estaba popularizando en muchas partes de Valencia. Él me contaba que empezaron a jugar en el río, en un campo que estaba debajo de Gobierno Civil. Él recuerda haber jugado en un equipo que se llamaba Patronato-Gimnástico. Mi abuelo se aficionó mucho al fútbol desde entonces”.

La llama se mantenía inalterable y se perpetuó a través del Gimnástico. Aquel equipo unido desde 1909 al universo del Patronato de la Juventud Obrera creció tras desligarse de esta institución en 1915 para convertirse en un clásico del balompié valenciano de los años veinte y treinta. Su masa social está indisolublemente unida al Barrio del Carmen. “Mi abuelo dejó de jugar al fútbol, porque se encamina hacia su vida profesional, y se hace del Gimnástico. Pasa a ser un aficionado más del Gimnástico. Él me contaba la época gloriosa de los campeonatos regionales. Él sabía todos los títulos pre-Liga que el Gimnástico había conquistado. Me hablaba de la rivalidad con el Valencia, Levante o Cabañal”, recrea su nieto con énfasis. Y prosigue: “Más tarde se crea la Liga y luego llega la historia que todos sabemos tras la Guerra Civil con la creación del famoso UDLG que acabó convertido en Levante. Mi abuelo presumía de haber sido del UDLG y siguió yendo a Vallejo para ver al Levante”, añade sintetizando un pasaje relevante de la historia futbolística de la ciudad de Valencia.

Los años cuarenta y cincuenta marcan su alianza con el club naciente de la fusión del Levante y Gimnástico. Nada parece haber cambiado, pese al complicado concordato entre dos club con posicionamientos ideológicos y sociales antagónicos. Era un hombre de profundas creencias en el plano futbolístico. “Para él era un rito sagrado acudir los domingos a las cinco de la tarde al campo de Vallejo. Normalmente acudía con tiempo y formaba parte de las tertulias que se montaban antes de los partidos. Mi abuelo no era de bares, ni tampoco pertenecía a ninguna peña”, puntualiza su sucesor”. Daniel Pérez era un seguidor generoso. No escatimaba esfuerzo si había que arrimar el hombro. “Sé que había temporadas que los socios hacían aportaciones económicas. Mi abuelo era de los que todo lo que era capaz de distraerle a mi abuela lo ponía en beneficio del Levante. Esa era su pasión”. Y puntualiza. “Recuerdo conversaciones entre mi abuelo y mi abuela en las que mi abuela nos decía que podía derrumbarse el mundo o haber una inundación, pero el abuelo nunca faltaría al partido del Levante. Así era”.

Y así fue hasta el final de los tiempos. Daniel vivió el trasiego que implicó el alambicado paso del viejo Vallejo en dirección hacia el Nou Estadi. Sería lógico suponer que la bandera haría ese tránsito. Eran uña y carne; Lennon y McCartney. Y no es descabellado pensar que volvería a desplegar sus alas coincidiendo con alguno de los regresos desde la Tercera División a Segunda o desde la Segunda B a la categoría de Plata. “No lo recuerdo, pero imagino que en alguna ocasión especial, coincidiendo con algún ascenso, sí que la sacaría, pero no lo recuerdo con claridad. Con 11 o 12 años dejé de venir al campo con él ya que empezó a perder la vista. A principios seguía viniendo al estadio, pero poco a poco dejó de acudir a los partidos”.

¿Y qué ocurrió con la bandera? En el presente la bandera del ascenso del 63 la custodia Daniel Pérez Sáez. “Hay un momento que la bandera se guarda. La hereda el nieto mayor y me toca a mí. El tradicionalismo impera en esa época, pero yo soy de la familia el que más ha heredado la afición por el Levante que me contagio mi abuelo.”. La vigilancia es estrecha. Es un vestigio de un pasado que le une a su abuelo. “Nunca la he traído al futbol para animar porque no me quiero arriesgar a que le pueda pasar cualquier cosa. Es algo mío de mi familia. De nosotros. La guardo como oro en paño. Él la guardaba como una reliquia”, defiende Daniel Pérez Sáez.

Un legado emocional. Daniel Pérez Marco tuvo problemas de visión y dejó de alistarse al fútbol en las jornadas dominicales, pero nunca perdió la ilusión, ni ese optimismo contagioso por reeditar las sensaciones que sintió tras el ascenso del 63. “Entonces (años ochenta) estaba el Logroñés en Primera División y me decía que el Levante tenía que ser un equipo como el Logroñés que año sí, año no estaba en Primera y algún año se clasificaría para la UEFA”. Sus pronósticos se cumplieron. “Vinos al Levante en la UEFA con JIM y antes disfruté del ascenso de 2004. No me podía quitar a mi abuelo de mi cabeza. Además, fuimos a la fiesta que había en la Malvarrosa y después fuimos al Carmen a celebrarlo. Entrabamos en los pubs y nos ponían el himno del Levante. Yo estaba realmente emocionado. El ascenso de 2004 fue mágico. En el Carmen nació la pasión de mi abuelo y yo estaba celebrando que habíamos subido a Primera donde nació todo”.