Todo forma parte de un pasado muy distanciado del presente. El escenario, el tiempo, incluso la foto del once que ilustra el abono evoca una época pretérita en la historia del levantinismo. Se trata de un pase de general del ejercicio 1946-1947 vinculado a la figura de Federico Falomir. El abono de la temporada 1946y-1947 forma parte de la colección particular de Vicente Escribá. Aquella temporada significó el reingreso de la escuadra azulgrana en el universo de la división de Plata después de varios ejercicios compitiendo en Tercera e inclusive en Primera Categoría Regional. Guillermo Villagrá, desde el interior del banquillo, consumó un ascenso que la entidad blaugrana añoraba y que se le había esfumado en las campañas inmediatas. Era un desafío perseguido. El Levante firmó una meritoria sexta posición en la tabla en su vuelta al segundo escalafón del fútbol profesional.
El feudo de Vallejo era el escenario de los sueños granotas. En esa superficie afrontaba sus compromisos en calidad de local desde la fusión del Levante FC y Gimnástico FC en agosto de 1939. El nombre del coliseo de la calle Alboraya aparece estampado con letras en blanco sobre un fondo rojo. No obstante, la mirada y la atención se posicionan sobre la alineación que parece iluminar esta credencial. Resulta posible rastrear la composición de aquella formación. Fayos, Alberto, Salvador, Llopis, Martínez Catalá e Iturraspe en la parte superior comenzando por la izquierda con Botella, Blasco, Escribá, Villagrasa y Dolz siguiendo el mismo recorrido.
El pase corresponde al mes de mayo y está firmado por el tesorero del Levante. La cronología marcada concede particularidad a este relevante documento. En aquellos tiempos los abonos se renovaban de manera mensual. Mayo de 1947 fue un mes destacado en la historia de la institución. El ocaso de la competición liguera en Segunda División preludiaba el nacimiento de la Copa del Generalísimo. Las aspiraciones granotas eran lícitas en un formato con propensión a la sorpresa.
Las huestes de Villagrá eliminaron al Real Murcia, un rival adscrito a la Primera División, si bien descendería al final de esa campaña a Segunda, tras doblegarle en el feudo de La Condomina (1-3) y repetir triunfo en el campo de Vallejo (4-2). La ronda de octavos de final emparejó a la escuadra blaugrana junto al Athletic Club de Bilbao. Los leones habían dominado la competición copera tras coronarse campeones, de manera consecutiva, durante los ejercicios 1942-1943, 1943-1944 y 1944-1945. La tarde del cuatro de mayo de 1947 se alzó el telón de la eliminatoria. Fue en el mítico San Mamés. Salvador y Botella silenciaron el coliseo rojiblanco. El envite había consumido apenas veinte minutos. El grupo de Urquizu restauró su honor. El enfrentamiento concluyó con una renta de cuatro goles de ventaja para las huestes bilbaínas (6-2).
No obstante, los jugadores azulgranas abandonaron el verde compungidos ante la actuación del colegiado. A su juicio, Celestino Rodríguez condicionó la evolución del desafío con la señalización de dos penaltis que fustigaron la conciencia de los futbolistas azulgranas. El choque de vuelta en Vallejo mostró la versión más irreverente de los pupilos de Villagrá. El Levante volvió a agitar la confrontación. Escribá, en dos ocasiones, Martínez Catalá y Botella situaron al Atlético al borde del abismo. “Los valencianos jugaron el mejor partido de la temporada desbordaron al once bilbaíno”, remitió El Mundo Deportivo.