Posiblemente el semblante de Eduardo Clerigues mutara en la jornada finales de octubre de 1962. La sensación de júbilo que invadió su cuerpo estaba justificada.
El mandatario ansiaba una resolución favorable y conveniente del caso Wanderley. La Liga avanzaba y el atacante seguía la evolución de la escuadra azulgrana alejado del verde.
El tiempo parecía quedar varado desde la resolución adoptada en los días finales de junio de 1962. La Federación Española de Fútbol era implacable en su veredicto. Había duplicidad de contrato con otro equipo y se mantenía firme. No autorizó la solicitud del Levante de inscripción del futbolista brasileño. La escuadra referida era el Elche. La decisión era inamovible como ratificó el 19 de septiembre el organismo gestor del fútbol español. No había final para el castigo establecido. Las noticias eran desesperantes.
Clerigues no aceptó tal disposición. Su espíritu insurrecto surgió en su máxima expresión. Recusó el fallo emitido por la Federación argumentando que el Levante U.D. nunca quebrantó, ni actuó al margen de las leyes establecidas. El mandatario buscó apoyos entre su círculo más íntimo de amistades. Rincón de Arellano, alcalde de Valencia y vicepresidente azulgrana en la década de los cincuenta, fue proclive a este angustioso llamamiento. El asunto alcanzó las altas esferas políticas del período histórico. José Antonio Elola, Delegado Nacional de Educación Física y Deportes, se refirió a este espinoso problema que traía en jaque al club de Vallejo ante la relevancia y dimensión del jugador buscando una solución ventajosa para el Levante.
El documento presentado, firmado por Eduardo Clerigues, está dirigido a Jesús Posada Cacho. Hay gratitud en el relato compuesto por el jerarca. Fue el Director General de Ordenación del Trabajo. Y su implicación fue fundamental en aras a resolver un contratiempo que se había enquistado. El mandatario granota resalta haber recibido notificación por parte de la Real Federación Española de Fútbol autorizando a Wanderley a suscribir su contrato como jugador del Levante a partir del 7 de enero de 1963. La incógnita que martirizaba al levantinismo estaba zanjada.
Wanderley debutó apenas unos días más tarde en el contexto de la Segunda División. Fue en Cartagena en la epifanía del segundo capítulo de la competición Sus prestaciones estuvieron marcadas por la excelencia. Anotó once goles en dieciséis encuentros. En tierras murcianas estrenó su currículum como goleador. Fue un futbolista diferencial en la consecución del ascenso. Fue el principio de una prolongada relación.