Por aquellos días las camisetas de los jugadores ya estaban personalizadas con su nombre y con su número. Eran individuales e intransferibles; bienes codiciados a ojos de los aficionados. Lo que no se recuerda con certeza era si se premiaba la consecución de un hat-trick con la obtención de la pelota en forma de presente tras los méritos contraídos. En cualquier caso, el balón del duelo que enfrentó al Levante y al Leganés (5-2) en la tarde del domingo 5 de diciembre de 1999 forma parte del catálogo de enseres que certifica la vida deportiva de Paco Salillas. No es una leyenda urbana. Los recuerdos se agolpan en la mente del atacante azulgrana que en aquella jornada dominical con la elástica granota pegada a su piel paladeó el primer hat trick de su carrera.

Su trayectoria deportiva era dilataba. Salillas ya había rebasado la frontera de la treintena, pero nunca había experimentado algo parecido en el interior del terreno de juego. En una entrevista posterior, ya retirado, publicada en Las Provincias, confirmó que el cuero reposa en su casa, si bien no está en un lugar preferencial. Hubo un tiempo en el que el gol, en clave levantinista, y Paco Salillas convergían. El delantero era el alfa y omega de la esencia máxima del fútbol del Levante. Había un bulo que recorría el escenario de Orriols cada vez que el ariete izaba la mano al cielo como si buscara el reconocimiento divino tras marcar. Doscientas mil pesetas (1.200 euros en la actualidad) a la ‘butxaca’ solían decir los fieles aficionados azulgranas. Y la celebración se perpetuó entre las temporadas 1998-1999 y 2000-2001.

No era una leyenda urbana. Ni un mito carente de sentido. Por norma, los contratos que vinculan a un jugador con su club están repletos de cláusulas adicionales. Era el caso. Quizás lo que nunca sepamos es si esta prebenda estaba regulada en términos legales y administrativos. Una minucia para el fan que únicamente pretende celebrar la exaltación y la agitación que conlleva el gol. Lo cierto es que el expediente anotador de Paco Salillas como miembro del colectivo granota fue tan profundo como demoledor. Cincuenta y dos goles con su rúbrica. Los datos son realmente reveladores. No obstante, habría que colegir que su fama como anotador le precedía. Hay futbolistas con química ante las redes contrarias. No había misterios. Salillas era un claro ejemplo de esta ligazón. Para él marcar era un acto casi funcionarial. Siempre lo había hecho. En su caso además cada gol tenía un precio.

Crónica del partido entre Levante y Leganés firmada por Carlos Valldecabres para Las Provincias.

Aquel domingo de primeros de diciembre el Leganés se interpuso en el camino del equipo que ejercitaba Pepe Balaguer. Era un Levante evanescente que se había aclimatado a la categoría de Plata con celeridad tras un memorable ascenso el curso anterior. Emergió de las catacumbas de la división de Bronce para reclamar jerarquía y posicionamiento entre sus semejantes. Nada mejor que echar una mirada a la clasificación para confirmar tal extremo. Noviembre amaneció con una victoria ante el Recreativo de Huelva en el Ciutat. La divisa del triunfo se mantuvo en esas fechas por encima de la condición de casero o foráneo del bloque granota. Y el mes de diciembre arrancaba bajo el mismo signo. El Levante desarboló al Leganés en Orriols para alcanzar el segundo puesto en la tabla.

Las victorias se encadenaban. Era la quinta conquista entrelazada. Quince puntos de quince posibles en una secuencia inmaculada. El grupo sobresalía por el vértice de la tabla y distanciaba al cuarto clasificado en siete puntos. Eran tiempos de bonanza. Era la jornada diecisiete y Salillas sumaba tres nuevas dianas para fijar su expediente particular en quince goles. Era una especie de rey midas de la competición, el favorito del gol. En apenas un suspiro, entre los minutos 37 y 40, Salillas había herido de muerte la meta defendida por Bizarro. El arquero eligió un mal día para debutar. El Lega capituló ante la autoridad de mando del bando azulgrana. Los goles permitían voltear la diana inicial de Óscar. Ese contratiempo no fue un obstáculo infranqueable para un equipo que presentaba una confianza infinita en sus posibilidades.

El obligado paso por los vestuarios no serenó los ánimos locales. Lejos de sosegar su alma, su espíritu pareció encolerizarse. No había piedad. El Levante rindió a su oponente a base de rigor, precisión y goles. Salillas confirmó el primer hat-trick de su vida. Su despedida en el minuto 80 puso en pie al Ciutat. Sus muros se estremecieron por el volumen de la ovación concitada. Ettien y Jesús confirmaron la goleada. Una semana antes el Levante se había paseado por el Cerro del Espino ante el Atlético de Madrid B (2-4). La discreción no fue el distintivo del Levante en su regreso a la categoría de Plata, principalmente durante la primera vuelta. Su estado de ánimo mantenía las constantes vitales del ejercicio anterior.

Solo había una duda que resolver; ¿era un grupo revoltoso o estaba capacitado para empresas de mayor envergadura? La cuestión no tenía respuesta en aquel tiempo presente. Había que esperar. A finales de enero Levante y Salamanca lucharon por el liderato en Orriols. Salillas abrió el marcador, pero no fue suficiente (2-3). El rendimiento del Levante menguó en el ciclo último del campeonato para desconectarse de la cabecera de la tabla. Salillas firmó 20 goles en el curso 1999-2000. La cifra le coronó al frente de la clasificación de la categoría de Plata como máximo anotador. Fue la primera vez que ostentaba tal galardón.

Entrevista a Paco Salilas editada por el diario Las Provincias en la previa del partido ante el Leganés.