Once del Levante alineado por Tatay para afrontar el partido de vuelta ante el Orense en tierras gallegas. De izquierda a derecha. Cotino, Segura, Martínez Puig, Latorre, Claudio. Abajo; Alono, Zapata, Albiol, Domingo y Óscar.

La crónica de la Hoja del Lunes del enfrentamiento entre el Rayo Ibense y el Levante acentuaba la interinidad del inquilino del banquillo azulgrana en aquella tarde de finales de abril de 1984, pero Manolo Tatay llegó para quedarse, aunque fuera para cerrar el recorrido definitivo de la temporada 1983-1984. No era una campaña más en la historia de la sociedad azulgrana. Era el ejercicio que conmemoraba el 75 aniversario de existencia de la sociedad granota. Y el infierno parecía devorar a una institución que buscaba afanosamente escapar de la Tercera División para brotar de nuevo después del funesto curso 1981-1982 saldado con dos descensos encadenados desde la categoría de Plata en dirección hacia el averno de la cuarta división del balompié nacional.

La primera mitad de la década de los años ochenta sancionó el colapso de un club que se sentía amenazado desde bastante tiempo atrás. Los síntomas de agotamiento eran más que evidentes si se miraba hacia el pasado. En realidad, nada parecía justificar la destitución de Pepe Martínez del banquillo o quizás todo estuviera justificado en virtud de los condicionantes que rodeaban a la escuadra de Orriols en las semanas finales de la competición liguera. La victoria sin paliativos ante el Ontinyent (3-0) en el actual Ciutat fue su epílogo en la competición liguera. No es habitual despedirse con un triunfo, pero así aconteció en aquellas jornadas de angustia y tormento, aunque habría que consignar que Pepe Martínez fue destituido el viernes 20 de abril después del entrenamiento matinal. Un día antes el colectivo granota había dearrapado ante el Catarroja en la Copa de Liga en el feudo de Orriols (0-1).

La victoria ante el Ontinyent rehabilitó a un grupo que había concatenado dos derrotas ante el Aspense (1-2) y Vinaroz (2-1), pero aquel premio, en forma de dos puntos, no cauterizó una herida que quizás ya estuviera infectada. El juego que practicaba el equipo no estaba en consonancia con el nivel de aquella plantilla. Fue la razón esgrimida por la directiva en su adiós. Quizás la afirmación escondiera un subterfugio. La duda metódica afligía la figura de Pepe Martínez. “Nunca me sentí respaldado por la directiva del Levante”, respondió Martínez en el Mercantil Valenciano. El miedo se había instalado en el seno del consejo directivo que presidía Antonio Aragonés. Y esa sensación genera una emoción difícil de manejar. Lo cierto es que el Alzira parecía un rival supersónico para las huestes levantinas. Su privilegiada posición en la cima de la clasificación advertía de una superioridad manifiesta. Era el líder incuestionable del Grupo VI. Dominó el curso liguero con una autoridad despótica casi desde su mismo nacimiento.

Por detrás surgía la estela del Levante, pero el Mestalla galopaba a sus espaldas y retaba a la entidad granota por la consecución de la segunda plaza. Solo los dos primeros en la tabla accedían a la perseguida promoción de ascenso a Segunda B y la diferencia entre el Levante y el filial blanco era de tres puntos. El terror que genera el fracaso reinó entre los estamentos azulgranas en aquellas semanas de abril previas al desembarco de Manolo Tatay en el banquillo del Nuevo Estadio. La traumática experiencia anterior con el cruce ante el Ensidesa en la promoción acentuaba la sensación de pánico. Aragonés no zozobró y decidió dar un viraje de 360 grados al proyecto deportivo.

Tatay se calzó las botas para regresar a las trincheras. Literal porque el banquillo era un foso que te guiaba hasta las catacumbas de los estadios. No era algo nuevo para él. Durante el verano de 1983 había decidido aceptar la dirección deportiva del Levante, pero era un consumado especialista en afrontar retos mayúsculos en Tercera División como entrenador. Sus logros se amontonaban. Y su currículum era muy profundo. El fútbol regional no guardaba misterios que desentrañar para Tatay. Era un tipo muy fiable como entrenador. Y el desafío del regreso inmediato al umbral de la categoría de Bronce atormentaba la mente de Antonio Aragonés. Quizás era una apuesta que conjugaba con las necesidades de la entidad. Su conocimiento de la plantilla era revelador por su condición anterior de director deportivo. Y el anochecer de la competición estaba ya muy cercano. La unión de esas dos variables acredita ese proceso de reconversión que le trasladó al banquillo.

Óscar y Latorre se abrazan tras el gol conquistado por el segundo en el choque ante el Orense en tierras gallegas. Al fondo aparece Claudio.

No había espacio para la experimentación. El contexto demandaba acción y certidumbre. Aquel Levante necesitaba certezas y seguridad. Tatay se estrenó en un choque foráneo ante el Rayo Ibense un sábado Santo de 1984. Como marca la tradición debutó con victoria (1-2). Latorre y Gaitán fueron los goleadores granotas en una cita trufada por la polémica. “Equipos como el Levante no necesitan apoyos arbitrales para alzarse con la victoria en campo contrario como el claro penalti dejado de señalar por el árbitro en el minuto 15, ni el fuera de juego que provocó el 1-2 que tendría que hacer señalizado”. El partido fue intenso y competido y la victoria azulgrana se fraguó cuando el cronómetro superaba el minuto ochenta. Gaitán con destreza superó la salida desesperada del meta local. El choque languidecía.

Una semana más tarde Manolo Tatay se presentó en el hoy Ciutat en un duelo ante el Vall D’Uxo. Aquel duelo no generó fascinación, pero el símbolo de la victoria permitía fortificar el ánimo algo maltrecho de los jugadores blaugranas. El domingo 13 de mayo de 1984 Vicente Latorre y Albiol ajusticiaron al Villarreal en territorio azulgrana en una confrontación espartana que se resolvió en la reanudación. El Levante no era un alarde estético, pero descifraba los partidos. El aspecto no deja de ser interesante. El primer objetivo marcado por el club estaba ya cercano. El Levante acariciaba la liguilla de ascenso. Tal condición la adquirió en propiedad en el Campo Quatre Camins de Carcagente (1-3) con goles de Claudio, Domingo y Toni.

El partido que cerró el curso ante el Villajoyosa estaba desprovisto de heráldica (1-0). Los grandes propósitos se consiguen en las semanas decisivas de la competición. Es una especie de mantra que se repite constantemente en el fútbol. El Levante alcanzó la Promoción protegido por los resultados, aunque su fútbol no había sido ni vertiginoso, ni sideral. El bloque estaba seguro de sus posibilidades. No es un hecho menor en confrontaciones a cara o cruz. La esencia de aquel equipo residía en la estrecha camaradería y en la armonía de un colectivo que hizo de la adversidad una pauta para proyectarse en busca de incentivos y estímulos desconocidos. A veces las desdichas sindican sentimientos. “Éramos todos amigos y salíamos juntos con nuestras mujeres y novias”, admite con nostalgia Toni como capitán de aquel vestuario.

El grupo desconocía el miedo. Tatay congenió con los jugadores desde que accedió al banquillo. “Era uno más”, recuerdan los futbolistas con mayor experiencia. De su catálogo, personal e intransferible que le definía como preparador, todos resaltan su capacidad para consensuar decisiones. Era un técnico abierto al diálogo. “Hablaba mucho con los jugadores más veteranos. Se apoyaba en nosotros. Y nos dejaba libertad para tomar decisiones dentro del campo”, lanza Toni.

El Levante aplastó al Fuengirola en la primera eliminatoria. Salió indemne del partido de ida disputado en el Campo Santa Fe de los Boliches (0-0) en una superficie desnuda de césped para aturdir a su adversario en un Ciutat de València engalanado para la ocasión. “El Levante salvó la encerrona de Santa Fe”, tituló la prensa local. Tatay desterró la euforia. “No debemos confiarnos, tenemos que luchar para evitar una desagradable sorpresa. Estoy contento por el esfuerzo realizado por el equipo y les felicito”. No hubo espacio para la confusión en el choque de vuelta. Tatay trató de acelerar el pulso de los seguidores granotas. «El equipo necesita sentirse arropado por el público», alertó en la vigilia de la cita. Las mesnadas levantinas no tuvieron piedad (6-1) ante un equipo que se resintió tras la lesión de su portero titular. Las dianas fueron cayendo en la saca granota. Albiol y Latorre, por partida doble, Toni y Claudio fueron los goleadores.

El Levante de Tatay estaba en el atrio de la Segunda B en el curso del 75 aniversario, pero enfrente le esperaba el Orense, quizás uno de los pesos pesados de la Tercera División. Claudio, símbolo irredento del espíritu levantinista, aclaró la eliminatoria, si bien restaba el partido de retorno en tierras gallegas. El gol podía ser determinante, aunque había que dirimir 90 minutos coléricos. Los técnicos iniciaron el choque final desde las entrañas del Ciutat cuando las voces no se habían apagado todavía. “No les será fácil hacernos dos goles. Solo hemos encajado 15 goles en la temporada. Deberán tener mucha suerte”, manifestó Tatay en la sala de prensa aprisionando el valor del gol logrado por Claudio. “El Levante es vulnerable atrás”, resaltó Viñas a modo de réplica en su comparecencia ante los medios. Guerra de guerrillas por parte de los entrenadores.

El Levante golpeó con contundencia por mediación de Latorre. Muguereza recondujo la situación. “Lo pasamos muy mal en los últimos minutos, pero entonces apareció Martínez Puig. Paró todo lo que se podía parar”, rememora Toni. El choque concluyó con el Orense sitiando la portería levantinista, pero Levante resistió. “La clave fue no achicarse”, sentenció Tatay tras el logro. “Estaba convencido de que íbamos a ascender, tal era mi fe en el equipo y mi confianza absoluta en la plantilla que ha hecho gala de una disciplina tremenda con la que no se podía fallar”, añadió. Tatay cerró su periplo en el banquillo azulgrana ya que no podía conducir al Levante en Segunda B por cuestiones burocrática al carecer de la titulación nacional. Pudo seguir en Orriols gestionando la secretaria técnica, pero declinó tal proposición. «Yo quería seguir como entrenador, pero no tener el título nacional es un handicap muy fuerte. Me indicaron que podía seguir en el club como secretario técnico. No he aceptado. Yo no estoy en el Levante por dinero». Un tipo íntegro. No obstante, se marchó con una marca superlativa. Nunca sintió el yugo de la derrota. Tatay no conoció el amargo sabor que entraña la derrota en su estancia como entrenador de la plantilla levantinista.