Vigiló con atención el alzamiento del actual Ciutat de València y fue testigo de cómo el coliseo fue tomando forma volumen hasta alcanzar su máxima expresión en la jornada de 9 de septiembre de 1969.
En esa fecha, simbólica para la memoria del levantinismo, la instalación fue oficialmente inaugurada en un duelo que, como aconteció en la década de los años veinte, con el estreno del Campo de La Cruz y Mestalla, cruzó al Levante y al Valencia. Juan Antonio Samaranch no era, por aquel entonces, presidente del Comité Olímpico, pero era una personalidad con ascendente en el ámbito del deporte en virtud del cargo que detentaba.
El Delegado Nacional de Educación Física y Deportes se desplazó en distintas ocasiones hasta Valencia para contemplar in situ las trazas del alzamiento del coliseo granota. Escoltado por la figura Antonio Román, en calidad de máxima representación de la entidad, y siguiendo con especial atención las explicaciones efectuadas por José Estellés, a la sazón arquitecto de la instalación, fue descubriendo la fisonomía de un campo que se situaba a la vanguardia de los escenarios vinculados al fútbol de la España contemporánea. La visita, que contó con la participación de la primera plantilla del Levante, incluía un paseo por las dependencias que conferían identidad al Estadio Antonio Román.
Desde la perspectiva que ofrecía un paseo por las gradas, hasta las catacumbas y sótanos donde se podía observar el aparato eléctrico que iluminaría el Estadio Antonio Román en la noche con la obligada presencia en el rectángulo de juego, epicentro de las emociones futuras. Juan Antonio Samaranch repitió en la jornada inaugural. Junto a los principales mandatarios de la ciudad disfrutó de los fastos de un día inolvidable para el levantinismo.