Fue el punto central de la Junta General de Compromisarios de junio de 1959. Antonio Román reclamó la atención para exponer un acontecimiento susceptible de mudar el destino del Levante. El mandatario expresó la necesidad de alzar un nuevo estadio, con capacidad para 50.000 espectadores, que diera respuestas a los desafíos marcados por una sociedad que avistaba el universo de la Primera División.

Román fue claro en su intervención. Era una obra compleja desde una perspectiva económica, pero el Levante contaba con la propiedad del feudo de Vallejo para enjugar ese coste. Era una garantía para acometer una empresa de enormes proporciones.

El solar del coliseo granota, enclavado en el centro de la ciudad, tenía un valor incalculable. El leit-motiv de la operación gravitaba en torno a la cotización del feudo de Vallejo. Su venta propiciaría una liquidez que permitiría afrontar el reto de la construcción de una nueva instalación moderna y adecuada a las necesidades del fútbol profesional.Hay que recordar que los clubes, en aquellos tiempos, se sustentaban básicamente de las partidas presupuestarias de sus socios fundamentadas en los abonos de temporada.

El planteamiento de Román no era descabellado; un incremento del número de socios determinaría un aumento y una estabilización de la hacienda. Por esa razón planteó erigir un estadio que pudiera cobijar a 50.000 espectadores con la posibilidad de acrecentar este número hasta alcanzar los 80.000. El proyecto enmarcado se caracterizaba por la ambición. Antonio Román presentó unos terrenos cercanos a los Poblados Marítimos para la materialización del nuevo estadio. El tiempo no era un impedimento. De hecho, los plazos no eran eternos. Román se marcaba una temporada para dar el salto que proponía. No obstante, sus planes tardarían en concretarse.

La construcción del campo se convirtió en un asunto envenenado durante la década de los años sesenta hasta la fábrica del actual Ciutat de València.