Nadie esperaba una resolución de tales dimensiones en los días finales de agosto de 1958. El diario Jornada, en su edición vespertina del sábado, anunciaba la inminente entente entre el Levante y Faas Wilkes que convertía al jugador holandés en nuevo componente de la escuadra azulgrana para el ejercicio 1958-1959. Por la noche las emisoras de radio consignaban el acuerdo. No había firma, pero sí un compromiso de palabra que ligaba a las partes implicadas. Y ese acuerdo contaba con el valor suficiente como para ratificar la veracidad de la noticia. El equipo directivo, que capitaneaba Antonio Román desde la presidencia, se anticipó a las intenciones del Valencia C.F. por establecer un segundo capítulo en una vieja relación que remontaba a la primera mitad de los años cincuenta. La intrahistoria de los hechos demuestra la pericia de los rectores azulgranas en el instante de acometer esta operación.

Todo empezó en el período estival de 1958. Wilkes regresó a la ciudad del Turia. Y su imagen no pasó desapercibida en los medios vinculados a la disciplina del balón. El jugador tenía dos cometidos entrelazados que le devolvieron a la Península Ibérica; uno más profano resaltaba la posibilidad de encontrarse con viejos conocidos tras su estancia en las filas del club de Mestalla. El ocio se mezclaba con contenidos que podrían calificarse de profesionales.

Pese a que seguía todavía en activo en el V.V.V. de Venlo, desde Valencia marcharía rumbo a Barcelona para acompañar a Peter Van del Kull, una joven promesa del fútbol holandés destinada a comprometerse con el Espanyol. No tardó en exceso en vincularse a Wilkes con la sociedad blanca. ‘Faas Wilkes, ¿Vuelve al Valencia?’ lanzaba como titular el periódico Deportes en plena canícula estival.

El protagonista alimentaba con argumentos las especulaciones vertidas. “¿Yo? ¡Enseguida! El Valencia me tiene siempre a su disposición y yo estaría a la de él a partir de la próxima temporada”. Y para añadir nuevas consideraciones había que incidir en el planteamiento que Luis Casanova, presidente del Valencia, pensaba proponer a sus compañeros de junta directiva. El mandatario planeaba nombrar al goleador socio de honor de la institución.

“¿Y porque no delantero de honor con facultades para volver a aparecer por el césped de Mestalla con las botas ajustadas?” preguntó Hernández Perpiñá, mítico periodista, a Luis Casanova de manera directa y sin ambages. Las especulaciones se multiplicaron desde entonces. Wilkes defendería el escudo valencianista en los partidos caseros y en los duelos mayúsculos “en el Estadio Bernabéu, Metropolitano, San Mamés y en el Estadio del F.C. Barcelona y Sarriá”, aseguraba Deportes.

Estas cuestiones flotaban en el asfixiante y húmedo ambiente que caracteriza a los veranos en la ciudad aunque había impedimentos legales que solventar para llegar al éxito. La normativa impedía disponer de más de dos jugadores extranjeros en cada plantilla y el Valencia tenía cubierto el cupo. Obviamente surgían otro tipo de soluciones que no parecían asegurar la feliz culminación de este acuerdo.

Wilkes podría combatir únicamente en los encuentros internacionales firmados por el Valencia o podría nacionalizarse español, como propuso sin perder la compostura Peris Lozar, aunque esta última opción era inviable ante la negativa del propio futbolista. Así que el remedio más satisfactorio sugería agilizar el proceso de nacionalización de Machado y alimentar la presencia de Wilkes con motivo de los partidos amistosos ante adversarios foráneos cerrados por el Valencia para el curso que estaba muy cercano a su inicio.

Wilkes y el Valencia se emplazaron para el martes 26 de agosto puesto que el día anterior se reunía la junta directiva de la entidad de Mestalla. Es evidente que el asunto parecía enrevesado y de complicado desenlace. En este punto surge el Levante. Antonio Román habría analizado con detenimiento la situación. Estudió con detalle y precisión de cirujano los pormenores. Y se lanzó al abordaje con la decisión que le caracterizó. En realidad, no tenía nada que perder. Y los réditos podían ser cuantificables si lograba convencer al futbolista.

El rector granota partía de una premisa incuestionable que sustentaba la consecución del enorme reto; el ascendente de la ciudad en el imaginario de Wilkes. El jugador deseaba instalarse en Valencia y disfrutar de la benevolencia de su clima y de su entorno.

Ese anhelo ejercía de cebo. Román se citó con Wilkes el sábado 23 de agosto y acordó el pacto. “El Levante ha sido valiente. Ha pesado las posibilidades de que Wilkes pueda llevarle muchísima gente a Vallejo y que la asistencia pueda colmar y compensar el fabuloso esfuerzo económico realizado. Y no ha esperado a que Faas pudiera tener la posibilidad de ponerse de acuerdo con el Valencia”, relató la pluma de Hernández Perpiñá.

“Wilkes quería estar en Valencia. Hubiera podido firmar en un equipo de Primera División, pero quiere estar en Valencia. No faltó quien le señalase la posibilidad de que fuese el Levante. Wilkes pensó, cuando sus directivos se pusieron en contacto con él, que no aceptarían sus condiciones económicas”. El internacional con Holanda se equivocó. Román envidó fuerte. No fue un simple farol. El Levante respetó las cantidades que había pactado con el Valencia. Aquella reunión entre la estrella balompédica y el club que presidía Luis Casanova no llegó a ejecutarse. Román se interpuso y logró sellar una contratación histórica.