Surgía la Liga Europea, imponente, desconocida y desafiante, al final de un verano de reconstrucción, y los jugadores de la escuadra azulgrana y la totalidad de sus estamentos abordaban este torneo con un claro sentido hedonista. Había una unanimidad absoluta al respecto. Se ponía el acento, principalmente, en el placer que emanaba de esta competición que venía a compendiar toda la grandeza y las emociones vividas durante la temporada pasada en el marco de la Liga doméstica. Había que disfrutar de una experiencia novedosa que podía dimensionar a la institución de Orriols. El desafío era continuado y los granotas vivían a tope cada uno de los restos que se presentaban. El bloque de Juan Ignacio tocó el cielo de Helsingborg para conquistar una plaza en dirección hacia los dieciseisavos de Final de la Liga Europea.

Media hora le bastó al Levante para desarbolar por completo al combinado sueco. Rubén dibujó un perfecto pase filtrado sobre la mortífera diagonal efectuada por Ángel. Rubén se encontró con el balón en la corona del área de Hansson. Con la visión periférica que le caracteriza rastreó el desmarque que le trazó el atacante canario. Ángel pisó el área con determinación y batió con seguridad al arquero local. El partido mudaba. El Levante trasladó a la patria de los vikingos la seriedad, la consistencia y la determinación que exhibía en la competición liguera. Había novedades con respecto al once que amordazó al Deportivo de La Coruña en Riazor en la cita liguera inmediata al desembarco europeo.

Juan Ignacio agitó el banquillo para repartir esfuerzos. Por el horizonte surgía la estela del Barcelona en el regreso a la competición doméstica. Es evidente que aquel bloque tenía un comportamiento y unas pautas definidas.  Los futbolistas podían cambiar, pero prevalecía una idea y un sentido del juego que identifica al bloque de Orriols. El Levante salía vencedor de cada uno de los duelos marcados en el interior del campo. Asido en la medular a las botas de Pape Diop e de Iborra, y sostenido unos metros más atrás por un Héctor Rodas inconmensurable, el colectivo redujo a cenizas al Helsingborg en un primer acto ardiente. En esa secuencia se fraguó la victoria y el asalto a la siguiente ronda. La dupla Diop e Iborra comenzaba a funcionar. Había química entre ellos y sentido de pertenencia a un ecosistema. Aunaban talento y músculo, claridad para ordenar y ejecuta. Estabilidad y equilibrio en la zona donde se cocinan los duelos.

Pape e Iborra trufaron un partido sensacional con la consecución de dos goles que coadyuvaron al triunfo. El mediocentro senegalés concluyó una magnífica acción comandada por Pedro Ríos. El interior alcanzó la línea de fondo con clase y su centró lo remató con la cabeza Diop. Del Helsingborgs apenas si había señales de vida. Su juego era tan frío como glacial era la imagen de una grada sin una excesiva animación. Rubén, Pedro López y Michel sembraban el terror en cada aparición. La defensa del equipo local, sumamente adelantada, avivaba esta reiterada sensación de pavor. Nada parecía interponerse entre el Levante y la victoria. Iborra refrendó el triunfo en la recta final del choque tras una colada de Barkero. El mediocentro valenciano cruzó el cuero al espacio contrario del punto que ocupaba Hansson. Era el minuto ochenta y la clasificación estaba garantizada. En ese instante, restaba un gol local desposeído de valor.