El Levante se enfrentaba al Córdoba en un duelo adscrito a la jornada undécima de la competición liguera en la categoría de Plata, aunque para la escuadra local era el partido décimo. El 14 de octubre el cielo pareció desplomarse sobre Valencia con la cólera de las plagas bíblica. Las consecuencias de las furibundas precipitaciones fueron especialmente visibles en el feudo de la escuadra azulgrana. La entidad se sumió en la desazón y en el caos por el sobresaliente perjuicio económico que provocó esta catástrofe sobre la ajustada economía.

La directiva granota activó un plan de emergencia para reconstruir, con la mayor celeridad posible, el coliseo de la calle de Alboraya. Antonio Román, en calidad de presidente, se reunió con los organismos oficiales para solicitar las ayudas reglamentarias con destino a la reedificación. Vallejo formaba parte del epicentro del cataclismo. La cercanía con el cauce del Turia fue letal. Fue un desastre de una magnitud inquietante. La visión de Vallejo era tenebrosa. La grada que recaía sobre el Convento de los Carmelitas se desplomó. El agua asoló el césped. La sede social y la práctica totalidad del material allí existente se echó a perder. Los vestuarios sufrieron los rigores de esta hecatombe. Se estimó en un millón de pesetas la reparación de Vallejo.

Desde un prisma deportivo, el impacto fue terrible porque el Levante, ante la imposibilidad material de afrontar el calendario liguero, tal y como estaba convenido, se vio en la obligación de permutar el orden de los partidos provocando un éxodo continuado y la reedición semanal de encuentros en territorio comanche. Esta coyuntura mermó la maltrecha economía del club a corto plazo. Los desafíos lejos de Vallejo desactivaron las taquillas como local. Y su poder era exorbitante para garantizar los pagos más cotidianos. La partida presupuestaria, por aquellos tiempos, se nutría básicamente de los ingresos generados por los abonos de temporada expedidos y por las ganancias por partido disputado como casero. El Levante iba escaso de equipaje y carente de liquidez.

La dirección del club contactó con los jugadores para explicarles las consecuencias devastadoras de aquel azote. Las nóminas de octubre y noviembre sufrieron un considerable retraso. La plantilla siguió compitiendo y recuperándose del desastre. Aquel domingo 1 de diciembre la entidad recobraba una cierta normalidad regresando a su hábitat más cotidiano. Valencia se sublevaba ante una tragedia mayor cuando los jugadores levantinistas saltaban al césped de Vallejo dispuestos a rescatar el tiempo perdido. La sucesión de confrontaciones lejos de Vallejo y la conmoción que había producido la riada situaba al equipo contra las cuerdas en la zona más boscosa de la clasificación. El Levante reedificó el andamiaje que sustenta la victoria en un partido repleto de alternativas que concluyó con un ajustado 4-3. Vallejo se llenó hasta los topes para ver al Levante un mes y medio después de su última comparecencia en el coliseo blaugrana.