El 22 de enero de 1928 la Valencia futbolística seguía con un inusitado interés el choque entre el Valencia y el Levante en el campo del Camino Hondo del Grao. Para el aficionado del Levante era el partido de los partidos. El más importante de los disputados hasta la fecha. Nunca había estado tan cerca de la consecución de un título. Podía acariciar el contorno del trofeo. Era la conmemoración de un sueño gestado con anterioridad en el tiempo. La máxima aspiración posible en la vertiente deportiva. Después del resurgir de la institución de sus cenizas el triunfo permitía cerrar un círculo iniciado años atrás. Y para que la felicidad colectiva alcanzara un grado superlativo en la familia grauera vencer significaba desplazar al Valencia a un segundo término. La suerte había deparado para el 22 de enero de 1928 un partido repleto de simbolismo. La supremacía de la región estaba en liza. Lograr el título de campeón regional era un deseo alimentado con hechos en las últimas campañas. Confirmar las expectativas ante el Valencia era el non plus ultra para el estamento marítimo.
En un contexto en el que la Liga estaba todavía en ciernes, existía un agrio debate sobre su naturaleza, era la Copa de España el principal trofeo al que podía aspirar cualquier institución deportiva que quisiera arraigar en el territorio español. Sin embargo, para llegar a las eliminatorias por el codiciado título había que demostrar la clase y la solvencia en los respectivos campeonatos regionales. Venían a ser una especie de examen previo. En ese sentido, el espacio levantino no era una excepción a la regla. Vencer o alcanzar el subcampeonato resultaba condición indispensable para legitimar con hechos las aspiraciones futuras de competir en igualdad de condiciones ante sociedades históricas, y de pedigrí, tales como el Español de Barcelona, el propio F.C Barcelona, Athletic, Arenas de Guecho, Real Unión de Irún, Sevilla, Betis, o Real Madrid.
El Levante tenía la llave para romper la hegemonía de su más encarnizado oponente. Después de mucho tiempo en silencio se aventuraba el instante en el que el Levante podía alzar la voz con contundencia. Junto al Levante compitieron en el Campeonato regional del ejercicio 1927-1928 Valencia, Castellón, Gimnástico, Burjassot, Sporting, Elche, Saguntino y Juvenal, los equipos con más tradición y caudal futbolístico. La batalla comenzó el 18 de septiembre. No hubo tregua. Fue una de las competiciones más extensas merced a los nueve equipos que formalizaban el calendario. El Valencia, Castellón, Gimnástico y Levante copaban las preferencias de los analistas. Sus plantillas y sus presupuestos eran los más elevados.
La igualdad entre el Levante y Valencia se convirtió en una tónica habitual durante la totalidad de la competición. En la jornada del 13 de noviembre, Mestalla acogió un duelo en la cumbre entre dos escuadras que sumaban tantos triunfos como comparecencias en el ámbito competitivo. La derrota podía manchar un currículum impoluto. Fue un match duro, espinoso y emocionante que finalizó con empate a un gol. Montes marcó para los locales en el minuto quince y Puig logró la igualada en el treinta y cinco. Pese a las ocasiones, el marcador ya no se movió. La primera vuelta finalizó con el Valencia y el Levante compartiendo el liderato con quince puntos. Tras el paréntesis navideño el Valencia gobernaba con veintiún puntos por los veinte del Levante y los diecinueve del Gimnástico. Descartado el Castellón, el triunfo ya no saldría de los márgenes de la ciudad del Miguelete. Correspondió al Gimnástico comportarse como el rival más débil en la carrera. El empate en Vallejo ante el Burjassot y la inesperada derrota frente al Sporting invalidó sus opciones al título.
El Pueblo en la jornada del 22 de enero de 1928 anuncia el duelo que enfrentaría al Levante F.C. y al Valencia F.C. en el Campo de La Cruz decisivo para conocer al vencedor del Campeonato Regional.
El Valencia y el Levante resistían. Ninguno cedió en las jornadas finales. Los triunfos de unos se correspondían con las victorias de los otros. Sus destinos parejos quedaron entrelazados en un escenario; el campo de La Cruz, en una fecha concreta, el 22 de enero de 1928. Valencia se paralizó. La supremacía estaba por decidir. Las divergencias, mínimas, resultaron siempre imperceptibles y tan escasas que ambos contendientes llegaron al último enfrentamiento con posibilidades reales de alzarse con el anhelado título de campeones. En cualquier caso, el peso se decantaba ligeramente del bando propietario de Mestalla. Un empate le bastaba para reeditar su condición de campeón. Una naturaleza que repetía. Una característica que dimensionó ciertamente la magnitud final del triunfo blanquinegro. Su margen de error era tan exiguo que ni tan siquiera el empate servía en su pretensión de estrenar su palmarés con el ansiado título. No podía derrapar. El Valencia podía inclusive especular con una igualada.
Aquel 22 de enero era una jornada con una mística envolvente para los valencianos. Se conmemoraba el nacimiento de San Vicente Ferrer, insigne patrón de la ciudad. El enfrentamiento entre los rivales inextinguibles concitó un desmesurado interés. La prensa se encargó de dinamizar sus efectos en las horas previas al encuentro. Durante la semana se cruzaron mil y una apuestas. El papel de la prensa en el desarrollo e institucionalización del fútbol resultó cuantificable. Los rotativos valencianos contaban con plumas autorizadas versadas en la disciplina deportiva desde la claridad de los años veinte. Desde sus pulpitos ejercían una labor de evangelización. Las secciones deportivas comenzaron a extenderse. El debate estaba en la calle. Sincerator desde Las Provincias competía con Seg en Diario de Valencia o con Josimbar en El Pueblo. Los redactores firmaban con pseudónimos. Era una norma inquebrantable. El normotipo de esta tendencia lo certifica Santiago Carbonell. Desde que ingresó en Las Provincias, hacia 1923, y durante más de cincuenta años firmó como Sincerator.
El fuego de las declaraciones cruzadas contó con un primer capítulo relevante. Enrique Molina, mediocentro del Valencia, entendía que su equipo debía ganar simplemente “porque era mucho mejor que su oponente. Necesitamos el triunfo para mantener la primacía dentro del fútbol regional.”. El entonces técnico del Valencia, James Hellion, compartía la misma opinión. “Confío en la victoria. Todos los equipiers se hallan en una forma excelente, y es de esperar que si el partido se desarrolla normalmente ganarán mis poulsins”.
La escuadra marina no se amedrentó ante estas declaraciones que pretendían intimidar y trasmitir inseguridad. Juanito Puig, (Puig I) lanzó un pronóstico. El jugador vaticinó un triunfo por un gol de diferencia. El veredicto se cumplió y resultó incuestionable. “Confío en que esta vez nos sonreirá a nosotros la diosa fortuna, aunque ganaremos por un gol. El partido será muy igualado, pero podemos salir airosos de la lucha”. José Gómez, técnico, se mostraba más optimista y reclamaba una victoria menos sufrida por tres goles de diferencia. Lo cierto es que sólo el larguero privó al Levante de un triunfo de tales características. “Creo aventurado en todo partido de fútbol predecir el desenlace de la contienda. Y en un Levante-Valencia más que en ninguno, puesto que la igualdad de fuerzas es bien notable. Quiero decir que el resultado depende de tantas circunstancias y es difícil hacer una predicción, aunque confío que al final la victoria habrá de sonreírnos”, manifestó, ilusionado, el preparador.
La controversia también contó con un capítulo en la previa del enfrentamiento. La Correspondencia de Valencia abonó la hipótesis de que la evolución del match pudiera contar con un epílogo pactado con anterioridad al desarrollo de los acontecimientos. Antes de que los contendientes saltasen al césped se especuló con un pacto de cordialidad alcanzado por los protagonistas en virtud de unas necesidades específicas en la doble vertiente moral y económica. “Corrieron los rumores de los que quisimos hacernos eco de que se había concertado una entente mediante la cual, un equipo, que saldría beneficiado económicamente cedería sus posibilidades a favor del otro a quien la parte moral del triunfo le interesaba más que no la económica de que hiciera desprendimiento, y que a la larga, aún en consecuencia a su título, el obtener algunas ventajas económicas”.
La traducción de este silogismo un tanto enrevesado en su formulación era evidente. El componente moral del asunto iba adherido al Levante huérfano de títulos en su haber. La retribución económica engordaría las arcas del Valencia, toda vez que asegurado el subcampeonato, se inscribiría en la próxima edición de la Copa de España. Sin embargo, acordar un acuerdo entre los clubes se antojaba una quimera. Josimbar investigó entrevistando a los protagonistas. “Quisimos buscar la luz y nos decidimos a abordar a varios amigos, directivo y directores del Valencia y del Levante. Unos y otros negaron que hubiera nada de cierto en el rumor. Dada la calidad y la amistad que nos une a las personas interrogadas hemos de admitir pocos menos que infalibles las afirmaciones que nos hicieron”.
Fotografía que ilustraba la crónica del partido entre Levante F.C. y Valencia F.C. publicada por el periódico El Pueblo el martes 24 de enero de 1928. El Levante F.C. conquistó su primer Campeonato Regional.
Las gradas del Camino Hondo rebosaban. Las crónicas inciden en que fue uno de los mejores envites de la competición, con dos equipos que lucharon con tesón por la victoria definitiva. Después de una primera fase inicial resuelta sin goles, si bien ambos oponentes gozaron de ocasiones diáfanas para conseguir perforar las redes contrarias, Ródenas adelantó a las mesnadas del Valencia en los minutos iniciales de la reanudación. Huelga decir que el tanto fue recibido con la lógica desesperación por la afición levantina. Los imponderables que hablaban de la potestad del Valencia para reeditar el título parecían complejos de superar. Una vez más, se desmoronaban las ilusiones. Acto y seguido, y como rúbrica de esta tendencia, el equipier visitante Rey puso a prueba el perfecto estado del corazón de la masa social levantina. Por suerte, emergió la homérica figura de Lawall para interponerse entre la pelota y el inevitable camino que ésta había adoptado hacia la línea de gol. Hubiera sido la sentencia. El levantinismo respiró.
Sin embargo, el espíritu indomable del conjunto de los Poblados Marítimos hizo acto de presencia. Molina aprovechó una colada de Alamar, un jugador formado en el inolvidable y legendario Invencible, para conseguir el empate. El partido entraba en una nueva fase. El Levante mandaba. Era pronto. Todavía quedaba mucho tiempo para darle la vuelta al marcador. La grada aullaba al unísono hasta enloquecer. El paroxismo llegó a su cenit en una nueva acción liderada por Molina. El equipier rentabilizó una jugada de Gaspar Rubio, el Mago del Balón, quizás el primer héroe del fútbol valenciano. El Levante cobraba ventaja. Podría haberla aumentado si un disparo del laureado Gaspar Rubio no lo hubiera escupido con un insultante desprecio el larguero. El triunfo ya no se podía escapar. Y no lo hizo. “El campeonato para el bravo Levante”, tituló Josimbar en la Correspondencia.
Los diarios locales destacaron la actuación exhibida por el Levante. “Jugaron mejor que el vencido en la defensa y en el ataque. Ha sido uno de sus mejores partidos. No se desmoralizaron nunca, y a la flexibilidad de sus medios debieron un triunfo muy merecido que Molina y Lavall se encargaron de evitar que se malograra”. La labor de los puntas fue ensalzada. “Rubio conduce la línea magníficamente. Gaspar Rubio y Ramón sacrificaron todo lucimiento personal para que Molina fuera el ariete perforador. En conjunto, todo el Levante rayó a un gran nivel”. La consideración final resultó unánime. El club del Grao se convirtió en el justo vencedor.
Los equipiers mostraron un veredicto similar. Lavall, en calidad de insigne capitán, se congratuló por el resultado obtenido. “Estoy muy satisfecho por el triunfo que nos da el título de campeones. Creo que pudimos ganar por mayor diferencia, pues en la primera parte en que dominamos casi continuamente, no pudimos marcar, por la desgracia que se ensañó con nosotros”. Su homónimo en el Valencia, Amorós, defendía la dignidad que el título le confería al Levante. “Creo que es digno de ostentar el campeonato, que ha ganado en noble lid”. El preparador José Gómez se mostraba exultante. “Créame que (en alusión a la consecución del título) me ha producido una de las mayores satisfacciones de mi vida. Estoy muy satisfecho de la labor de mi equipo. En él no cabe hacer distinciones de ninguna clase pues todos han jugado magníficamente contribuyendo a que el título se quede en el Grao”.
La fiesta en los Poblados Marítimos continuó hasta bien entrada la madrugada. Dos bandas de música “dejaron oír sus alegres sones”. La calle de la Reina se convirtió en un improvisado foro que permitía reivindicar las prestaciones y la naturaleza del título conseguido apenas unas horas antes. Los balcones y las fachadas de las principales viviendas se vistieron con las banderas blanquinegras. Una muchedumbre, extasiada por la victoria, se agolpaba en las puertas de la sede social del Levante en la calle de la Libertad 77. La plantilla y los rectores marcharon al Balneario de las Arenas con la finalidad de confraternizar y compartir el sentido del triunfo. “Allí concurrió una numerosa representación de las más calificadas personalidades de los Poblados Marítimos”.
Los fastos se prolongaron hasta el jueves. El club recibió por la tarde el galardón que le ungía como campeón en una simbólica ceremonia oficiada en los salones de la Federación Regional. Gallart, presidente de la sociedad, evaluaba en la Correspondencia el significado de la gesta materializada en el terreno de juego. “Se ha operado una viva reacción en pro del Levante entre los aficionados, aunque no se ha traducido en grandes aumentos de socios que en la actualidad serán alrededor de unos mil. Débese a la especial psicología de nuestro público que, siendo admirador ferviente de los suyos como el que más, acude a cuantos partidos se celebran prestándole su apoyo moral y material, pero no gusta de alistarse como socio. Si pudiéramos conseguir un total de 2.000 agrupados con ser bien poca cosa viviríamos dentro de nuestras modestas pretensiones con total felicidad económica”.