Era una fría mañana de febrero y el Estadio Ciutat de Valencia despertaba con una atmósfera diferente. La expectación y la emoción madrugaron para compartir un hecho histórico. Aquella jornada de sábado Johan Cruyff se calzó las botas y saltó al verde del coliseo para completar su primer entrenamiento con el Levante en el Ciutat de Valencia.
Despuntaba la jornada liguera con un enfrentamiento ante el Palencia en el marco de la categoría de Plata. De forma súbita el duelo había adquirido trascendencia y eco en el universo del balompié nacional e internacional. La tarde del viernes ratificó la unión de dos coordenadas que parecían germinar desde la antítesis más absoluta. En las entrañas del templo azulgrana los mandatarios y Cruyff confirmaban ante los medios de comunicación una entente que nació desde el surrealismo y que fue mudando hasta convertirse en una certeza.
El sol comenzaba a calentar la fortaleza del Ciutat de Valencia. El vestuario del Levante era un hervidero de emociones. Los futbolistas se preparaban para afrontar una nueva jornada de trabajo, pero todos sabían que no era un entrenamiento más. Y la relevancia no estaba en la cercanía de la confrontación ante la escuadra castellana. No era uno de esos partidos decisivos que hay que afrontar desde un prisma competitivo. La presencia de Johan Cruyff focalizaba todo. Era el primer entrenamiento de Cruyff. En aquel vestuario convivían futbolistas que acumulaban infinidad de cicatrices y de heridas de guerra en sus cuerpos con otros que trataban de presentarse en sociedad para conquistar un espacio sagrado en el ecosistema del fútbol. Pachín ejercía de estratega. Lo cierto es que algunos jugadores esperaban con una dosis extra de nerviosismo la aparición de un estandarte del balompié mundial. Quizás los más jóvenes estaban exorcizados. La figura de Cruyff, envuelta en un aura de grandeza, surgía sobre ellos como una sombra tan imponente como amenazadora.
Un vestuario expectante
Si se agudiza el sentido sería posible todavía escuchar el murmullo reverberante de las conversaciones improvisadas que preludian el tránsito hacia los entrenamientos. Los vestuarios son lugares repletos de vida. Sin embargo, el silencio imperó cuando se abrió la puerta del camerino y emergió la figura de Cruyff. Aquellos diálogos desordenados se detuvieron de repente. No hubo fanfarrias ni alborotos. Simplemente el respeto silencioso de quienes quizás reconocían la importancia del momento. Los que vivieron el primer entrenamiento del holandés recuerdan que Cruyff saludó con una sonrisa a sus colegas de profesión. La mayoría de la plantilla devolvió el gesto con un asentimiento respetuoso.
Los testigos del aquel primer entrene rememoran que la presentación fue breve y sencilla. Después de los saludos pertinentes llegó la acción. Cruyff se ajustó el uniforme de entrenamiento del Levante. Caminó hacia el terreno de juego por vez primera, seguido de cerca por sus compañeros. Las cámaras de televisión y los fotógrafos lo rodeaban, capturando cada movimiento, cada gesto, como si fueran tesoros preciados destinados a perdurar en la memoria colectiva. En la tribuna, los aficionados aguardaban con ansias el comienzo del inicial entrenamiento del internacional por Holanda. La presencia de Cruyff había generado una expectación sin precedentes, y las gradas estaban repletas de personas deseosas de presenciar este momento histórico. Los ojos del estadio estaban puestos en el hombre que, aunque entrado en años, seguía siendo un ícono indiscutible del fútbol mundial.
Una fotografía grupal para dejar constancia de un hecho histórico
El primer entrenamiento de Cruyff en el Levante transcurrió en medio de un ambiente de distensión. No fue una sesión agotadora. Fue la típica jornada de preparación previa al encuentro ante el Palencia. Las sesiones se aligeran conforme se acerca el horizonte liguero. En ese instante de la cronología nadie dudaba de la titularidad de Cruyff en el duelo ante el equipo morado. Cruyff demostró su habilidad y su destreza con el balón. Compartió consejos y palabras de aliento con sus nuevos compañeros. Al finalizar la primera sesión con Cruyff los jugadores del Levante rodearon al holandés para inmortalizar el momento con una fotografía. Era una imagen que capturaba la unión entre la vieja guardia y la nueva incorporación, entre la experiencia y la juventud, entre el pasado y el futuro del club.
Esa fotografía Cruyff se inscribe en el centro y está rodeado por los integrantes del plantel del curso 1980-1981. La imagen forma parte del catálogo fotográfico del Área de Patrimonio del Levante. En la despedida de febrero el Estadio Ciutat de Valencia fue testigo de un momento que quedaría grabado en la historia del Levante y en la memoria de todos los que tuvieron el privilegio de presenciarlo. La llegada de Cruyff no solo significaba la adquisición de un talento excepcional. Su aterrizaje fue interpretado por los jerarcas granotas como el inicio de una nueva era para el club, una dimensión marcada por la esperanza, la ilusión y el compromiso de alcanzar metas jugosas y conquistar nuevos horizontes en el mundo del fútbol. Por desgracia aquellos presagios no se cumplieron.