Quizás todo podría resumirse de una manera escueta, pero a la vez claramente reveladora e indicativa de los hechos acontecidos en el viejo Estadio de Zorrilla con el Levante y el universo de la Primera División como protagonistas (1-2). Estableciendo un símil con la práctica del fútbol; tocamos de primeras el balón y marchamos en busca de un nuevo espacio del verde por conquistar. Aquella tarde del 19 de marzo de 1963, en el apogeo de las fiestas josefinas, el Levante conmemoró la primera victoria en Primera lejos de Vallejo ante el Valladolid. No se trata de establecer un juego de palabras acentuando el término primera. Se trata de rescatar y realojar en la memoria del levantinismo militante la primera victoria en Primera División fuera del entorno del coliseo ubicado en la calle de Alboraya.
Para rememorar semejante episodio habría que regresar en el tiempo a los años dorados de la década de los sesenta. En febrero de 1964 los Beatles sometieron a los Estados Unidos. Las crónicas resaltan que más de cuatro mil enfervorizadas/os fans esperaron el aterrizaje de los Fab Four en el aeropuerto de Nueva York. Apenas un mes después, en marzo de 1964, Pepín y Serafín mancillaron los muros del legendario estadio de Zorrilla para inaugurar el expediente de triunfos en la máxima categoría. Los gritos de los jugadores azulgranas sirvieron para festejar la primera victoria en Primera lejos de Vallejo.
Un equipo con dos caras
Todo un acontecimiento para un equipo acostumbrado a rendirse en condición de foráneo durante su estreno en la elite del balompié patrio en el curso 1963-1964. El rendimiento de aquel Levante descendía varias lunas cuando se posicionaba como oponente en territorio contrario. Vallejo y su oposición, entendiendo como tal los choques dirimidos como visitante, conformaban una especie de yin y yang. Aquella máxima filosófica de las fuerzas opuestas se materializaba sobre el pasto. La potencia y el vigor empleado por las huestes azulgranas en suelo propio contrastaba con la fragilidad y la tibieza evidenciada cuando el grupo hacía kilómetros y se ponía la toga de visitante. Las certezas de Vallejo confrontaban con la debilidad como forastero.
A aquel colectivo, que saltaba con el cuchillo entre los dientes para defender cada centímetro del mítico Vallejo, se le nublaba el pensamiento cuando abandonaba los límites geográficos de la provincia de Valencia. Los pupilos de Quique aterrizaron en tierras castellanas en el contexto de la jornada vigesimocuarta de la competición liguera. El horizonte anunciaba el ocaso del campeonato. Por entonces competían 16 escuadras en Primera División. Las matemáticas anunciaban 30 confrontaciones. Pese a esa condición bipolar, el Levante fondeaba por la zona intermedia de la clasificación con 21 puntos. Agarrado al embrujo de Vallejo el colectivo se acercaba al desafío de la permanencia. Toda una hazaña para un neófito en la división. El curso marchaba hacia su desenlace sin excesivos sobresaltos. La distancia con el descenso directo era de cinco puntos en esa cronología del ejercicio.
Una victoria foránea con mucho valor
Pese al optimismo que embargaba al levantinismo en su iniciática aventura por la Primera División, habría que desterrar cualquier atisbo de euforia. La temida promoción, marcada por el Pontevedra, estaba a dos puntos. En este caso, las diferencias eran exiguas, si bien el Levante había vencido a la escuadra gallega en Vallejo (3-1) y había empatado en Pasarón (1-1). La prensa nacional remarcó el enorme valor del triunfo azulgrana ante el Real Valladolid. En términos estadísticos porque era la primera victoria en Primera lejos de Vallejo. Así lo anunció Marca en la jornada del 20 de marzo. Desde un prisma aritmético porque la cotización de los dos puntos alejaba al Levante de las tinieblas de la categoría de Plata.
La suerte como aliada
Si seguimos el relato de las crónicas, podríamos advertir que aquel día todos los santos del cielo parecieron alinearse del bando de las huestes azulgranas. Serafín rompió la igualada a un gol en el anochecer de la cita cuando ya no había tiempo material para pensar en remontadas heroicas. En el arranque de la confrontación la escuadra de Rodri repelió un disparo envenenado de Ramírez. Sin solución de continuidad, Morollón probó los reflejos del arquero y Haro, un atacante con pasado cercano en Vallejo, obligó al cancerbero azulgrana a dejar su rúbrica de nuevo. El guardameta entretejía una tela de araña para guarecer su portería cuando apenas si se había descorrido el telón.
El Real Valladolid pisó el acelerador en el nacimiento del duelo, pero marcó el Levante desde la estrategia. No todo lo que ocurre en el verde es predecible, por más que los indicativos se empecinaran en advertir de la supremacía local. Serafín ejecutó un golpe franco que resolvió Pepín de cabeza (0-1). El duelo adquirió intensidad y voltaje. La grada del viejo Zorrilla se añadió a la pelea reclamando al colegiado principal dos penaltis en el interior del perímetro defensivo blaugrana. “Hubo mucha guerra en el interior del área”, resaltó la crónica de Marca acentuando las complejas decisiones adoptadas por el árbitro. La lesión de Ramírez pareció opacar al bloque casero. No obstante, Morollón en el minuto 70 recondujo la situación (1-1). El gol excitó los ánimos del bloque de Lesmes. La meta de Rodri fue asediada. Literalmente, pero un contragolpe de Serafín redujo a cenizas al Valladolid.