
-“Júrame que nunca has jugado de portero”. Martorell, arquero del Espanyol, se dirigía a Agustín Dolz con esa frase de contenido inquisitorial. Atrás quedaba el partido que acababa de enfrentar a la escuadra blanquiazul y al UDLG en territorio catalán (0-0). Aquel duelo consignaba la ida de los cuartos de final de la Copa del Generalísimo del curso 1940-1941. “Dímelo otra vez. ¿Es posible que nunca te hayas posicionado en una portería? No me lo puedo creer”. Martorell a Dolz: “Júrame que nunca has jugado de portero”; Cuanto más azúcar más Dolz
Y Martorell alucinaba
Los dos futbolistas todavía estaban anclados sobre el verde del viejo Estadio de Sarrià. El resto de sus compañeros se alejaban del campo de batalla en la búsqueda de la paz espiritual del vestuario. Fue un duelo comprometido que concluyó con igualdad en el marcador. Los dos lucían los atuendos que caracterizan a los porteros, pero no compartían geografía, ni ubicación en el terreno de juego. Para Agustín Dolz era la primera experiencia resguardando el arco de la meta de la sociedad valenciana. Martorell, que compartía la meta del Espanyol con su pasión por la medicina, era un especialista en su cruzada como opositor al gol.
Agustinet negaba con la cabeza ante la mirada entre desconcertada y alucinada del cancerbero espanyolista. No. Nunca se había desplazado hasta la portería, aunque fuera de forma interina y ocasional, para resguardarla del gol. Dolz había mantenido invulnerable su marco en un cometido titánico por la complejidad de la cita. Aquel Espanyol militaba en la máxima categoría. Dolz se enfrentó a los atacantes de la escuadra que detentaba la condición de campeona de la Copa. Martorell no pudo más que elogiar al medio por su exquisito comportamiento. Martorell a Dozl, “Júrame que nunca has jugado de portero”; Cuanto más azúcar más Dolz.
Sincerator, cuanto más dulce más Dolz
No fue el único que quiso agasajar a un neófito con guantes de reflejos felinos. “Cuanto más azúcar más Dolz”, escribía la pluma acerada y aguda de Sincerator en la información deportiva dedicada al Levante en el diario Las Provincias. Sincerator añadía más pistas sobre la trama del suceso que había protagonizado Dolz. No sería descabellado que el Real Madrid estuviera dispuesto a ofrecerle 150.000 mil pesetas para defender la portería de la escuadra de la Corte. La cifra establecida no parece aleatoria.
A principios de los años treinta la entidad madrileña consignó esa cantidad con destino al Espanyol para asegurarse el traspaso de Zamora. La imagen de El Divino, a quien sucedió Martorell, trascendía. No obstante, el eje cronológico se situaba en el despuntar de los años cuarenta. Los efectos de la Guerra Civil estaban muy cercanos en el tiempo. El fútbol propiciaba una ilusión óptica que coexistía con el hambre y la miseria.
Dolz acaparó protagonismo y loas en el Estadio de Sarrià. No era un hecho extraño que entre el contingente de los jugadores más lisonjeados surgiera su apellido. Solía ser una práctica común perpetuada desde el despuntar de los años treinta y los primeros cincuenta. En esa secuencia el futbolista fue moldeando una posición de honor al frente del panteón de los mitos granotas. Lo insólito del caso es que se proyectara a Dolz por sus apariciones capitales resguardando la integridad del contorno de la portería del entonces UDLG. Es evidente que aquel partido estaba marcado por la contradicción.

Dolz se pone los guantes en una decisión audaz
¿Qué acontecimiento motivó que el defensor diera dos pasos sobre sí mismo para situarse entre los tres palos? A los veinte minutos del partido, Soro, guardameta del grupo de Juan Puig, salió impetuosamente para defender un córner lanzado por el Espanyol. El balón impactó en uno de sus dedos de la mano derecha. La tremenda colisión fue la causa de una grave lesión que motivo su marcha del terreno de juego.
No obstante, Soro regresaría en la reanudación como improvisado extremo derecho. Y, caprichos del destino, se citó ante el gol frente a Martorell en los estertores del choque. Soro estaría cerca de un mes en el ostracismo con una escayola que inmovilizó la zona dañada hasta la altura del codo. Tras regresar a Valencia fue atendido e intervenido por el Doctor Maragas.
Era el momento Dolz. Quizás en ese instante la mente de Agustinet entrara en total ebullición en búsqueda de una solución. Dolz era audaz y decidido. “Júrame que nunca has jugado de portero”; Cuanto más azúcar más Dolz. Durante unos minutos reinó la confusión, pero Dolz se acercó al banquillo y cruzó unas palabras con Juan Puig. En aquellos tiempos no podían hacerse sustituciones. De la entente acordada por dos mitos del levantinismo surgió la nueva composición de la portería del UDLG.
El destino de Dolz era marchar con naturalidad al marco y levantar un muro de considerables dimensiones impermeable a las acometidas de la vanguardia local. Se acercó a Soro con una sonrisa en los labios, para desterrar dramatismo, le reclamó la camiseta y los enseres que identifican a los metas. Y secó, de manera eficaz, a los delanteros españolistas. Restaban setenta minutos, un auténtico océano, para el punto y final del choque, pero a Dolz no le tembló el pulso.
Dolz alumno aventajado de El Divino
Tampoco le pudo la presión. “Que Dolz resultara un alumno aventajado de Zamora no puede sorprender demasiado”, reiteraba Sincerator desde la sección de deportes de Las Provincias en las jornadas posteriores al duelo. Y es que Dolz, un jugador vinculado per secula seculorum al imaginario del Levante podía defender con solvencia cualquier demarcación del pasto. Desde otro prisma, el mediocampista podía jugar donde quisiera y como quisiera. Y sus prestaciones no menguarían. Era cuestión de voluntad. Y de un compromiso absoluto con el Levante más que evidente. Martorell a Dozl, “Júrame que nunca has jugado de portero”; Cuanto más azúcar más Dolz
