Las licencias que guardan la memoria de la plantilla del Levante del curso 1994-1995 son mucho más que un simple papel. Cada documento guarda la huella de un sueño colectivo. Y cada una certifica la identidad de un equipo que jugó con el alma y que rozó la historia. Son documentos que cuentan historias.

Conservadas durante tres décadas estas hojas han sobrevivido al tiempo como pequeñas cápsulas de memoria. En ellas late el pulso de un Levante que supo crecer, creer en el destino y emocionar a toda una generación de granotas.

Un Levante de récord

Las licencias que guardan la memoria de la plantilla del Levante del curso 1994-1995. Aquel curso 1994-95 fue distinto. Especial. Mágico.
El equipo que dirigía Juande Ramos comenzó la temporada con una fuerza arrolladora en el Grupo III de Segunda B. Resultado: trece victorias consecutivas que asombraron a todo el fútbol español.

El 4 de diciembre de 1994, el Levante recibía al Girona en el Ciutat de València con la posibilidad de alcanzar la decimocuarta victoria y entrar en los libros de récords.
El empate impidió el registro histórico, pero la emoción de aquel día quedó grabada para siempre. El equipo no alcanzó el récord, pero alcanzó algo más importante: el respeto y el orgullo de una afición que volvió a sentirse grande.

El valor de las licencias

Las licencias que guardan la memoria de la plantilla del Levante del curso 1994-1995. Un ritual previo al arranque de los duelos oficiales. En ese contexto el delegado presentaba aquellas licencias ante la presencia del árbitro y los jueces de línea. Eran documentos oficiales. Estaban expedidos, como puede comprobarse, por la Real Federación Española de Fútbol. Este organismo garantizaba que todo estaba en regla.

Quizás más allá del sello y la burocracia, cada una encerraba una historia.
El nombre, la fotografía, la firma… cada detalle era un retrato de un tiempo y de un sentimiento.
Hoy, vistas con la perspectiva del tiempo, esas licencias son como pasaportes de un viaje inolvidable: el viaje de un Levante que soñó con romper barreras y que demostró que la fe también se puede documentar.

Nombres que brillan

En las licencias que guardan la memoria de la plantilla del Levante del curso 1994-1995 aparecen nombres que hoy evocan respeto y cariño. Y que forman parte del imaginario granota. Juande Ramos, el técnico que supo encender la ambición del grupo. Jugadores que se dejaron el alma en la lucha por cada balón. Miembros del cuerpo técnico, empleados del club, y hasta Pirri, el utillero que conocía cada camiseta como si fuera un trozo de su vida.

Cada licencia es un retrato que evoca el pasado. Perviven al tiempo como una fotografía emocional que devuelve la fuerza y la ilusión de aquel vestuario. En cada una de ellas se escucha el eco de un grupo que batalló por la conquista de una victoria que engrandecía un escudo.

Viaje al pasado desde el presente

Hoy, tres décadas después, las licencias que guardan la memoria de la plantilla del Levante del curso 1994-1995, se convierten en una ventana abierta al ayer.

Basta mirarlas para sentir el olor del césped del Ciutat, para imaginar los vestuarios, los viajes, los nervios antes del pitido inicial. Son fragmentos de una historia compartida, de un club que no ha dejado de crecer sin olvidar quién fue.

Cada documento nos recuerda que el Levante no solo se construye con victorias, sino con nombres, con personas, con emociones que permanecen.

Memoria viva

Las licencias que guardan la memoria de la plantilla del Levante del curso 1994-1995 no son simples papeles amarillentos. Son trozos de vida.

Guardan las firmas de quienes creyeron en algo más que en un resultado. En cada sello se intuye una ilusión, en cada rúbrica una historia que el tiempo no ha borrado.
Aunque el récord de victorias consecutivas no se consumó, aquel Levante ya había ganado algo más duradero: un lugar eterno en la memoria colectiva.

Treinta años después, cada licencia sigue hablando. Nos recuerda que la historia granota no se mide solo en estadísticas, sino en la emoción de quienes la hicieron posible.

Son documentos, sí. Pero también son latidos.
Porque la historia del Levante se escribe con goles, con sueños… y con la tinta imborrable de la memoria.